-

Esperar en un mundo que no trasciende de una puerta de mierda

lunes, 25 de febrero de 2013

Choke

No sé qué es exactamente lo que me retiene en la cama por las mañanas, esa fuerza incontrolable, imprevisible, irrefrenable, que durante un instante te ahoga.

Lo piensas, y todo se nubla. El mundo parece oscurecerse bajo un manto de irracionalidad, bajo una frustración palpable. Las manos te tiemblan, los ojos se difuminan. Jamás supe controlar esas situaciones hasta que ocurren, hasta que te acogen de manera lenta, suave, hacia la oscuridad.

Lo asocio a la oscuridad, al tormento que supone no poder pensar. Permanecer tumbado en el suelo sin querer escuchar nada. Odias todo, odias el ruido del ordenador, odias el ruido que hace la persona de al lado con su mera presencia. Lo odias absolutamente todo, incluido a ti mismo.

Y no hago más que pensar que soy un maldito monstruo que intenta hacer las típicas cosas de una persona normal. Que cuando se distrae lo hace todo como le sale por naturaleza, mal, horrible, del revés. Y te quedas como un puto pasmarote mirándote desde fuera y dándote pena por lo estúpido que puedes llegar a ser.

La gente que te conoce te mira con desconcierto, confusos ante esa situación que nadie es capaz de prever. Simplemente estás así, tu antiyo, tu pesadilla. No saber qué hacer con tu vida, creerte solo en un mundo que no está hecho para los débiles, para los que no saben qué hacer cuando no hay alguien al lado. Tu vida se fundamenta en una soledad ficticia, pero lo cierto es que siempre has conseguido tener a alguien a tu lado.

E incluso cuando lo tienes, temes sentirte solo. Pueden pasar meses hasta que te des cuenta, pero cuando llega, como siempre te pasa, te retuerces solo bajo la autotortura. Con la razón la naturaleza nos dio la ponzoña de nuestra muerte; la provocada, la que te consume mucho antes de que tu corazón deje de latir, la que te deja medio asfixiado en la cama, con los ojos llorosos sin explicación… simplemente absurdo.

Lo intento explicar, y se desmorona. Termino siendo como el resto, nunca saldrás por encima del resto. Joder, joder, joder joder. No puedo más, todo esto parece un puto chiste. Parezco uno de esos desequilibrados que terminan dando vueltas en una habitación sin esquinas. Parezco un demente, alienado al haber descubierto el absurdo. Parezco todo aquello que temo llegar realmente a ser.

martes, 12 de febrero de 2013

Tiempo prescindible

Y ahora, el sol brilla, refulgiendo en la superficie expuesta de las hojas. El mundo continúa bajo el amparo de un suave cielo azul, claro, completamente despejado. La vida continúa aun cuando una mísera persona de un millón acentúa lo contrario.

Detrás de todo este rollo existencialista, hay veces que pienso lo que nos depara el tiempo. Destino… fe de los ignorantes. Simplemente no creo algo tan sencillo, algo tan resumible en una frase. Será lo que te depare el destino. A la mierda la ignorancia. Hoy alzo mis brazos ante el eterno interrogante que conforma mi vida.

Del mismo modo que puedo llegar a ser un monstruo, el mundo me ofrece la capacidad de ser lo contrario. Miles de tomos se han escrito ya acerca de las dos mismas facetas, la que te hace la vida más fácil y la que te explica lo contrario. Si bien no somos ni una millonésima parte de lo que nuestro cuerpo nos ofrece ser, nos obcecamos en absurdos conceptos de la mano del hombre. Creamos las máquinas que nos vigilan y construimos la sociedad que nos limita. Porque hay videojuegos en los que se me presentan tantos caminos que me agobia pensar que no los puedo recorrer todos, y me quedo al inicio. No se puede decidir todo de una vez para continuar el resto de nuestras vidas con esa determinación, si realmente quieres vivirlo todo. Siempre quedará vestigio de lo que fuiste ayer, lo que viviste hace años. Nunca será igual que ayer.

Tal vez mejor, o peor. Ese es el interrogante al que me ofrezco. Somos un conjunto de circunstancias que se entremezclan maliciosamente ante la perspectiva de la ignorancia de las víctimas, los cócteles cuyas experimentaciones hacen colores completamente diferentes en su esencia. Nunca se podrá repetir algo igual que antes, y nos torturamos con la idea de poder controlar la aleatoriedad con la estadística. A veces me pregunto si la gente que lo hace no se cae de rodillas y piensa qué coño ha hecho con su vida sino buscarle en sentido a lo que no podremos nunca averiguar. Esa clase de personas hacen que se mueva el mundo.

Porque no estamos determinados, ni lo queremos estar, aprendemos. Más allá de lo dado, cada día descubrimos nuevos ámbitos de actuación. A pesar de nuestros errores, vigentes en muchísimas e incontables facetas de nuestra sociedad, un pequeño sector se reserva a los éxitos más que improbables, más que milagrosos. No es cosa del destino, es cosa de quien aquel día se levantó con esa esperanza, fruto de su estudio y dedicación. No es cosa de Dios, ni de las fuerzas mayores que inventamos aferrados a esperanzas banales para no enloquecer de pura insuficiencia. Es cosa de nuestras manos, nuestros latidos contados que un día quisieron cambiar el mundo. Los brazos que se alzan contra las injusticias, los científicos que se dejan la vida en salvar las de otros. Aquellos que sembraron la discordia y la guerra resultan mezclas maquiavélicas y quién sabe si voluntarias de algunos seres humanos. No nacemos ni buenos, ni malos. Somos un lienzo blanco al que se le apegan millones de situaciones circunstanciales, y nunca, nunca podremos hacer dos cuadros iguales ante idénticas situaciones. La mente de cada uno de los seres vivientes en esta Tierra es tan maravillosa como intrigante, y en esta sociedad tendemos a dar reconocimiento de manera superflua. Nunca llegaremos a saber lo que nos perdimos en la historia con tantas guerras y conflictos. Si pudo haber nacido un nuevo arte, e incluso perder el que tenemos. Porque todas aquellas personas que cambiaron el mundo lo hicieron en un conjunto de circunstancias que de otra manera no podría suceder. La vida está sometida a tanta aleatoriedad que en cualquier momento te puedes encontrar con tu auténtico yo, o simplemente tirarlo por la borda en una vida demarcada por conceptos materialistas, por situaciones completamente prescindibles, absurdas y tópicas. Tan sólo unos pocos afortunados son los que de verdad se vayan de esta existencia sabiendo que hicieron algo bueno por este mundo. Y el resto, a jodernos con hipotecas y peleándonos con nuestros hermanos por el testamento de nuestro padre muerto. Son cosas que simplemente se anteponen a conceptos más básicos de la vida, como quedarte pasmado con los ojos cerrados disfrutando de un soleado –y glacial- día de febrero con los pies descalzos en el césped. Son cosas que, por definición, caen en el absurdo.