-

Esperar en un mundo que no trasciende de una puerta de mierda

domingo, 14 de octubre de 2018

Shadowboxing

Vamos a dejarnos de mierdas, de hablar del tiempo, del ambiente, ni hostias. No hace falta contextualización.

Estamos las dos solas, vale. En un espacio completamente vacío, oscuro, sin nada de lo que hablar. 

Estás desnuda.

Completamente expuesta, como a mí me gusta.

Me miras asustada, porque obviamente me tienes miedo. Sólo vienes aquí cuando no tienes defensas, qué ironía. Puedes estar en el tren, en el autobús, andando por la calle, en tu puta casa o en la de otro, que en cuanto aparece una mínima idea en tu cabeza ya me dejas entrar, reptando lentamente por tu pierna. Como por arte de magia, a los pocos segundos ya estás por aquí.

Tras tantas veces juntas, ya ni te doy unos guantes o algo con lo que atacarme, sé que vienes a recibir; tal es tu estado de derrota que ni se te pasa por la cabeza rozarme con un dedo.

Me acerco, un paso tras otro, hasta tenerte a dos centímetros. Puedo sentir tu respiración agitada, tus ojos entrecerrados esperando un golpe en cualquier momento, tu cuerpo temblando como un puto flan. Si es que no eres nada.

No eres nadie.

A nadie le importas una puñetera mierda. Ni tú ni las putas mierdas que haces para intentar darle significado a tu vida.

Vas dando lecciones de vida sobre la autoestima y la fortaleza interior cuando eres la primera que no sabe luchar sus propias batallas.

Nunca vas a ser suficiente.

Nunca vas a llegar a sentirte a la altura de nadie.

Uno tras otro, recibes mis golpes con pasividad. El primer puñetazo va directo a la nariz, tus ojos empiezan a llorar mientras te llevas inútilmente las manos a la cara. El segundo, aprovechando tu postura, una vez más, vulnerable, va a tu estómago, dejándote de rodillas. Una patada por la espalda te deja completamente en el suelo, gimoteando suavemente. No me has dado ni para cinco minutos de diversión, definitivamente hoy vienes hecha una mierda.

“Qué sientes” te pregunté desde arriba, gritando para que me pudieras oír a pesar de que tuvieras los oídos pitando por las hostias.

“Dolor” dijiste con dificultad, intentando respirar por la boca a pesar de tenerla llena de sangre.

“Por qué estás aquí” te volví a preguntar, esperando la misma respuesta de siempre.

“Porque me lo merezco”

“Por qué”

“Porque no soy suficiente”

“¿Nunca?”

“Nunca, nunca seré suficiente”

“¿Sabes qué es lo que te hace pensar eso?” te dije, mientras te miraba revolverte en el suelo. Me agaché para ver tu expresión, apartándote el pelo de la cara. Tenías la mirada vacía.

“Tú”

“Eso es, por una vez tienes toda la razón del mundo”

Y ya está, sin decorados ni mierdas. Sin sentimientos anclados en la nostalgia, sin días nublados atemorizados por la lluvia. Sin declaraciones sin confesar, sin historias de cigarrillos. Sin las putas mierdas que he escrito durante años. Tan sólo la pelea que presencio en mi cabeza cada vez que se me espesa la sangre.

Hoy no hay final feliz.