Estamos
las dos solas, vale. En un espacio completamente vacío, oscuro, sin nada de lo
que hablar.
Estás desnuda.
Completamente
expuesta, como a mí me gusta.
Me
miras asustada, porque obviamente me tienes miedo. Sólo vienes aquí cuando no
tienes defensas, qué ironía. Puedes estar en el tren, en el autobús, andando
por la calle, en tu puta casa o en la de otro, que en cuanto aparece una mínima
idea en tu cabeza ya me dejas entrar, reptando lentamente por tu pierna. Como
por arte de magia, a los pocos segundos ya estás por aquí.
Tras
tantas veces juntas, ya ni te doy unos guantes o algo con lo que atacarme, sé que
vienes a recibir; tal es tu estado de derrota que ni se te pasa por la cabeza
rozarme con un dedo.
Me
acerco, un paso tras otro, hasta tenerte a dos centímetros. Puedo sentir tu
respiración agitada, tus ojos entrecerrados esperando un golpe en cualquier momento,
tu cuerpo temblando como un puto flan. Si es que no eres nada.
No
eres nadie.
A
nadie le importas una puñetera mierda. Ni tú ni las putas mierdas que haces
para intentar darle significado a tu vida.
Vas
dando lecciones de vida sobre la autoestima y la fortaleza interior cuando eres
la primera que no sabe luchar sus propias batallas.
Nunca
vas a ser suficiente.
Nunca
vas a llegar a sentirte a la altura de nadie.
Uno
tras otro, recibes mis golpes con pasividad. El primer puñetazo va directo a la
nariz, tus ojos empiezan a llorar mientras te llevas inútilmente las manos a la
cara. El segundo, aprovechando tu postura, una vez más, vulnerable, va a tu estómago,
dejándote de rodillas. Una patada por la espalda te deja completamente en el
suelo, gimoteando suavemente. No me has dado ni para cinco minutos de
diversión, definitivamente hoy vienes hecha una mierda.
“Qué
sientes” te pregunté desde arriba, gritando para que me pudieras oír a pesar de
que tuvieras los oídos pitando por las hostias.
“Dolor”
dijiste con dificultad, intentando respirar por la boca a pesar de tenerla llena
de sangre.
“Por
qué estás aquí” te volví a preguntar, esperando la misma respuesta de siempre.
“Porque
me lo merezco”
“Por
qué”
“Porque
no soy suficiente”
“¿Nunca?”
“Nunca,
nunca seré suficiente”
“¿Sabes
qué es lo que te hace pensar eso?” te dije, mientras te miraba revolverte en el
suelo. Me agaché para ver tu expresión, apartándote el pelo de la cara. Tenías
la mirada vacía.
“Tú”
“Eso
es, por una vez tienes toda la razón del mundo”
Y
ya está, sin decorados ni mierdas. Sin sentimientos anclados en la nostalgia,
sin días nublados atemorizados por la lluvia. Sin declaraciones sin confesar,
sin historias de cigarrillos. Sin las putas mierdas que he escrito durante
años. Tan sólo la pelea que presencio en mi cabeza cada vez que se me espesa la
sangre.
Hoy
no hay final feliz.