-

Esperar en un mundo que no trasciende de una puerta de mierda

jueves, 14 de noviembre de 2013

Conformismo bajo coacción

Jueves, Ocho de la mañana. A estas horas ya estaría andando desde la parada del Metro hasta la facultad. 
Esta mañana, las cosas son diferentes, y tengo tres horas para estudiar. Tengo sueño, y ahora mismo el ensañamiento no me tienta lo suficiente como para estudiarlo mejor. Así que rebusco en mis documentos, el cajón desastre de mis escritos.

Tanta fortuna que encontré un documento escrito cuando iba a Primero de la carrera, hace ya dos años; una reflexión deprimente sobre la nueva vida y estilo universitario, sobre lo inmunda que se puede considerar la compañía rivalista. He de reconocer que hay veces en las que sé que esas palabras son mías, pero no recuerdo la oscuridad de su contexto.

Dos años han pasado, y tampoco habría mucho más que decir. Lo que sospeché se hizo cierto, y las compañías se fueron matizando; unos más, unos menos, pero la misma tónica en general. Rivalismo, competencia, mierda, mierda por todas partes. Pues ahora súmale la falta de respeto de ciertos profesores.

Siento cierta debilidad por el arte de la enseñanza. Cuando veo a un profesor entrar el primer día voy elaborando un perfil, un boceto de sus rasgos principales para poder determinar si es un buen profesor. En la materia de Derecho, la repetición constante de generaciones que durante años siguen teniendo el perfil de postergar los estudios hasta lo más prorrogable deben haber creado, sin duda, un aura de cansancio en los magistri españoles de universidades públicas, que tienden a pagarla con los pobres ignorantes víctimas de Bolonia. Si pudiera comparar la adaptación de Bolonia a mi universidad y especialmente a mi carrera, sería como si a uno de esos ancianos de principios de la década le empiezas a enseñar cómo funciona un ordenador, la inmensa era de Internet y la evolución de la industria del videojuego y del grunge en las últimas décadas en tan sólo una semana. Tan absurdamente inabarcable, como absurdo en su aplicación práctica.

Se nos exige participación, asistencia y servidumbre a los caprichos. Sinceramente se creen que al llegar a nuestras casas nos dedicamos a comernos los mocos y preguntarnos qué haremos el fin de semana. Nunca, nunca hay razón de menos como para ponernos trabajos de más, y siempre, siempre hay una excusa por la que restregarnos la mierda de poca diligencia que tienen los estudiantes españoles. Nunca estudiamos lo suficiente, y a un ritmo de dos o tres trabajos por semana de extensión considerable, exposiciones y controles por tema aún tenemos que llevar el temario de la lección del día siguiente más que resabido. Todo controlado, nada dominado en la maestría.

Incompetencia, arrogancia y falta de escrúpulos a la hora de mandar. Últimamente me encuentro con profesores que más que exigir respeto por su cátedra o doctorado esperan que les limpie la baba mientras duermen y les haga el desayuno por las mañanas mientras plancho la colada de toda su familia, ignorando el resto de cosas que pueden conformar lo que consideraría mi vida; recuerdo que este año me planteé retomar el teatro, y no me he vuelto a acordar del tema hasta que a mediados de noviembre tengo el calendario lleno de advertencias de estudio, prácticas y exámenes por delante, y me pregunté si tenía algún proyecto a comienzos de año. La carrera es, literalmente, una carrera sin pausa, sin un puto respiro para valorar lo que te estás haciendo, lo que construyes a tu paso, sin una consideración por parte de quien debería ser tu mentor. Enseñanza sobrevalorada, porque no es más que arrogancia de sus estudios y miles de artículos en toda España, Europa y Estados Unidos, mientras sólo aprendes a permanecer tres horas sin pausa sentado en una silla y con cara de no querer suicidarte y esparcir tus sesos por su estúpido traje y corbata chillona.

No hace demasiado vi uno de esos especímenes de los que pocos quedan (de hecho, sólo habré visto dos o tres en mi vida universitaria de cerca de treinta profesores) que son profesores entusiastas. En materia más teórica que práctica, se les reconoce por su hiperactividad, por su energía plena y por ese leve saltito que hacen al pie del estrado, como si en cualquier momento se fueran a sentar a nuestro lado y explicarnos el arte de la materia que enseña. Esos, son los auténticos mentores, los que te acompañan y viven ese cuatrimestre contigo, por muy complicada que sea la materia objeto de inyección. Lo pienso y lamento la vez que no supe apreciar a uno de ellos por ser mi primer año en la universidad. El otro día tuve el honor de recibir la clase de uno de ellos sobre el artículo 464 del Código Civil y casi me echo a llorar a sus pies pidiendo que me acompañara al menos el resto del curso.

Porque los profesores nos pueden tratar mal, pueden no sólo pasar de nosotros sino odiarnos, como si le obligáramos a continuar en la enseñanza de algo que termina hastiándole. Qué quiere que le diga, de verdad, el Estatuto del Estudiante al parecer es una baza para poder violarnos a horas más que extralectivas y con todo tipo de pruebas y exámenes en nuestro tiempo de estudio en casa. Qué quiere que le diga, si no le gusta, deje la enseñanza.

No es tan horrible darse cuenta de que no estás siguiendo el camino que deberías, a veces la vida te lo deja justo en tus narices para que reacciones de una maldita vez; gente que profesa la fe lo interpretaría como señales, yo sólo veo consciencia mental de que no eres feliz. La visión del mundo depende enteramente de la actitud que lleves por él. Si hay estudiantes que te odian… creo que no hay mucho que enlazar.

Sin duda, depende de los estudiantes, y si son unos hijos de puta que te denuncian a la mínima bien puedes acogerte a ese Estatuto y darles bien por culo, en eso estoy de acuerdo. Pero, estudiantes medios, que van a sus clases, cogen apuntes y a los que ves una expresión de profundo cansancio en su mirada, no vendría mal que les preguntaran de vez en cuando si les viene bien esa última práctica, decisión o mandamiento incondicional. Sólo es una sugerencia, una sugerencia de alguien que ha conocido tanto la buena como la mala fe de los profesores.


Nada, las ocho y media y me vuelvo a los asesinatos, materia cuya profesora me martiriza por ser una fortuita ignorante. No tiene la culpa, simplemente no tiene tiempo; y una mierda, he visto profesores que han hecho lo imposible en menos tiempo y no me han llegado a dar ganas de llorar ante su falta de empatía. Sigo echando veneno por mis palabras, y sigo con esa sensación de injusticia cuando termino de escribir. Supongo que el día que la tenga, será que he perdido ese espíritu rebelde e inconformista, que siempre trataré que parta desde una base de respeto mutuo; que luego ya se pasen de ese límite, es el pasaje a la crítica, claro está.

Buenos días por la mañana ;D