Me gusta
cuando llego a casa, porque me invade el silencio.
Avanza,
despacio, y pone la pesada manta sobre mis hombros.
Y se
siembra la oscuridad.
Parece que
al día siguiente brillará el sol de verano, de cuando era niña y la vida no
tenía un objetivo específico a seguir, un punto más a cumplir en la complicada
lista que vamos escribiendo con los años.
Parece que
me volveré a despertar entre esas sábanas que acariciaban mis sueños en vela,
que me susurraban que un nuevo día me depararía increíbles relatos, que luego
escribiría por las noches.
Cuando mis
pasiones se encontraban en un jardín, un libro y un sinfín de palabras.
Y de
repente, vuelve la oscuridad y suena la alarma.
Vuelta a
empezar.