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Esperar en un mundo que no trasciende de una puerta de mierda

sábado, 27 de octubre de 2012

Viejo calcetín

Hoy ha sido un día diferente. Hace tiempo que di por perdidas algunas vidas de mi entorno, pero hoy resurgieron dando un brillante color a mi jardín tras la ventana. Durante más de dos años me asomaba y contemplaba desolada cómo las flores se marchitaban, cómo los rosales daban paso a un ramo de espinas descoloridas, esgrimidas por la soledad e indiferencia hacia lo que en un tiempo fue una unidad, una forma de vida y apoyo. Hoy las plantas resurgieron, la vida emergió de sus raíces y mi mirada brilló de entusiasmo al ver que todas aquellas tardes en las que traté de regar la desértica tierra habían surtido efecto, y si no simplemente porque así fuera, por obra de quien quiera que estuviera observando mi desolación.

Llegaban tarde, tampoco es una novedad. Antes de saber de su existencia permanecí durante minutos eternos apoyada en la columna frontal del bar. Los años habían descascarillado su cartel, descubriendo vestigios de lo que pareció ser su anterior dueño. La magia de esos bares residen en los años, el aire lúgubre en su interior que te acoge a la intimidad de la esquina, en el sillón pegado a la pared. Mi mirada viajaba de un lado a otro, asombrada por la luz traslúcida de aquella tarde, oculta tras las nubes semioscuras. Paseé largo rato por los alrededores, me quedé mirando un pequeño camino que serpentea hasta el otro lado de la avenida, pensando que allí había vivido largos momentos de mi vida. La nostalgia la porto por defecto.

Esta noche, todo pareció congelarse. Estaban eufóricas, como en los viejos tiempos. Dios, si realmente el tiempo se hubiera congelado hubiera suspirado de alivio, la tranquilidad que produce saber que al fin y al cabo están allí. Porque son ellas las que me han visto crecer, cambiar de ideales y reforzarlos con la experiencia. Porque de algún modo, nos hemos ido construyendo, formando parte de las otras, complementando nuestras carencias y talentos juntas, como un grupo, como un jodido jardín. Una sola flor por sí sola no será tan magnífica si no está rodeada de un bonito jardín tras ella. Mi vida a su lado es como esta imagen, dependiente; quiera o no, son parte de mi vida, quiero estar con ellas con los años, quiero ver cómo crecen y hacen sus vidas, cómo son felices y me lo cuentan tras una mesa desgastada. Quiero que sonrían cuando sepan algo emocionante de mis vivencias, o simplemente que me rían las gracias. Que me den los consejos exactos, que estén allí. Tan sólo, que estén a mi lado cuando flaquee, que me recuerden quién soy y lo que pienso de este mundo tan achacado por los siglos, que reivindique mis sueños, mis libertades y mi vida. Que viva más allá de las meras formalidades, que trascienda de un mundo dominado por el capitalismo y la competitividad. Lo que soy, lo que he venido siendo y lo que siempre seré.

Muchas veces me he preguntado si en algún momento me haré con amigas tan cercanas como ellas; que lo sepan todo, que no pueda ocultar apenas algún dato irrelevante. Supongo que no, la vida está hecha en distintas etapas por algo, será imposible contar con otras como ellas. Por eso mismo, salgo al jardín aunque haga el calor más tórrido o la tormenta más agresiva y arrolladora. Lo hago, porque es lo que tengo que hacer, porque son mis amigas, porque son parte de mí. Del mismo modo, me pregunto lo que seré para ellas, si seré su jardín concreto o simplemente un peluche sepultado en un arcón desvencijado cubierto por largas capas de polvo en el ático, tampoco quiero pensarlo. Hoy he descubierto que al menos no soy un calcetín, o si lo soy ya tengo que ser bonito para que de vez en cuando me aireen en la ventana.

Seamos de diferentes materiales, vidas forjadas de una manera o de otra, trastocadas por experiencias sórdidas que uno sólo las puede vivir en su propia piel, creo que hacemos lo posible por permanecer vivas. Largos ríos de lágrimas han formado corrientes interminables a mi costa, y la rabia me tortura en un vano intento de culpabilidad, impotencia por no poder haberle dicho que levantara la cabeza. Pero hoy vivimos para contarlo, y esta ágora irlandesa me ha recordado que hay cosas que nunca, a pesar de todo, serán posibles cambiar. Habrá muchos hombres, tantas identidades que desconoceré que me será imposible hacer una línea argumental en torno a cada una, pero sólo quiero verlas sonreír ante un mundo que quiere apagarse, que quiere que todos caigamos exhaustos en días anónimos. Sólo quiero que sean de esas personas que encienden una vela en la oscuridad, que nos animan al resto a ser felices. Porque la vida está para vivirla una vez, pero lo que no sabemos es si tendremos la suerte de encontrar el pequeño grupo donde siempre nos abrirán la puerta y nos ofrecerán una buena ensalada como guarnición.

En serio, gracias chicas. Hoy me hicisteis más feliz.

sábado, 20 de octubre de 2012

Reflejo inconsciente

Temo el día en el que me encuentre con uno de mis personajes. El día en el que le vea, en una calle oscura, bajo la sombra de la luna en el viejo puente de la ciudad. Llevará el largo abrigo gris desgastado, su viejo sombrero de fieltro, su pesar y remordimiento grabado en cada uno de sus pasos. Consumido por la soledad y la traición, se acercará hacia mí con ese aire de misantropía, incapacidad de interacción social carcomida por los años. Apestará a alcohol barato, por supuesto, no se considera lo suficiente como para comprarse un buen añejo y beberlo en las escaleras de debajo del balcón. Será entonces, cuando me susurrará en unas breves palabras el odio acérrimo que me profesa por el simple hecho de haberle creado. No por haberle corrompido con mis historias, sino por haberle dado siquiera un soplo de vida con mis golpes de teclado tras una narración impersonal. Por haberle calificado del viejo inspector de policía de novela negra, por haberle hecho vivir tantas historias espantosas que sus ojos apenas puedan vislumbrar el reflejo del sol. Que su vida haya sido desarrollada únicamente bajo la vigilia de la luna, y que su amor haya sido una joven de pelo rizado violada en medio de la Cuarta Avenida por un hijo de puta que nunca llegó a atrapar. Que un día le miró a los ojos, y le tembló el gatillo. Y que el resto de su vida haya terminado condenada a convivir con la mierda de la sociedad detrás de los portales.

Este es mi personaje, según muchos lo que los verdaderos escritores no queremos que se vea directamente de nuestra vida. He tenido muchos otros, pero este es el que temo que venga. Porque me recordará la miseria que compartimos, él en la oscura ciudad de Encaged City plagada de crímenes sin resolver, y yo en la mía con el único misterio de qué le gritará hoy la vecina al yonki de nuestro vecindario para que por fin se largue. Vidas tan distintas que sugieren la misma mierda. Que ninguno vive lo suficiente como para desear que mañana vuelva a salir el sol.

jueves, 18 de octubre de 2012

Lo que ya dejó de ser, el ayer

Tengo un cuadro que me evoca una bonita escena grecolatina, un hombre de pelo como si hubiera sido tallado al trépano acariciando el suave ángulo que traza la mandíbula redondeada de una mujer, ambos compartiendo una mirada esculpida por la confluencia de perspectivas. Bonito, evocador, y cómo no, nostálgico.

De qué será esta vez, sino de la propia historia. Si bien considero un buen dogma para no llevarme decepciones cada vez que leo un periódico, es que el hombre cae estrepitosamente cuando ve que alguien le está mirando mientras hace las cosas bien. Por aquel entonces, el Renacimiento nos colocó en la gloria de la humanidad, por supuesto tras un velo de pobreza marginal… pero las artes eran tan bellas que el sólo hecho de haber podido convivir con semejantes obras de arte hace que mire mi cómoda existencia con desprecio.

Desprecio, vergüenza. Por conformarme con lo que tengo, por permanecer sentado en el sofá. Por no salir a la calle y gritar a los cuatro vientos que lo único que hacemos es equivocarnos con cada medida que decimos, nos acerca un paso más al bienestar. Que criamos monstruos consentidos, chavales que la arrogancia es digna de ser arrojada a un acantilado con su incultura. La ignorancia del que no quiere aprender, la que más duele. La que me consume, por impotencia y falta de entusiasmo. Los días brillan, pero mis ojos se apagaron hace tantos años que ya la inercia tejió una espesa telaraña entre estos y la realidad. No quiero ver más, no quiero volver a subir a un autobús y que den patadas a dos mil años de historia. No quiero ver cómo violan al progreso por la esquina de una calle oscura, ni cómo el inconformismo es maquillado como una puta tras las absurdas palabras de rebeldía y violencia. El hombre se tropieza, pero del mismo modo es incapaz de levantarse porque cada día es más tonto y se olvida de cómo hacer las cosas que le enseñaron.

Su culpa entera no es, de hecho, fue el exceso de cultura la que nos abocó al abismo. La cultura de pocos, la de los manipuladores. Aquellos que cogieron las riendas de la sociedad y la dirigieron hasta los límites de la estupidez. El fenómeno de masas guiado por la magia de las palabras, la manipulación de datos hasta parecer que todo simplemente fue creado así.  “La guerra es paz, la libertad es la esclavitud, la ignorancia es la fuerza”. Todos acabaremos despertándonos en un anónimo cubículo recibiendo órdenes de un absurdo dictador. Absurdo, porque nosotros mismos le abrimos la puerta, le quitamos el abrigo y le ofrecimos un té, o una copa. Le sentamos en nuestro sofá preferido, le dimos nuestra manta de los domingos por la tarde. Bebió de nuestro vaso, se puso nuestra ropa. Como si fuera nuestro jodido invitado, como si fuéramos autistas que nos entretienen con un juguete brillante mientras los mayores hablan de cosas importantes. Como si fuéramos poco a poco decreciendo hasta volver a la nada, antes incluso de nacer.


domingo, 7 de octubre de 2012

Lo que sea, menos ser yo

De nuevo me encuentro a mí mismo en una de las mesas apartadas, en esas cafeterías antiguas donde te ponen un desayuno contundente y una comida que permite que pasen las horas entre sus butacas. Luego un café, lo que sea. Lo posible para poder estar allí mientras llueve fuera.

Huele a mojado, pero no me importa. Las calles se tiñen de un azul lúgubre que abraza las farolas y recorre sinuosamente las grandes pilastras. La mampostería adquiere tonos más allá de su burdo origen, y me traslado a lugares donde las palabras eran el pasaje hacia cualquier corazón.

Supongo que si me dedico a anhelar, sólo soy un bohemio. De esos que miran con nostalgia el correteo patizambo de los niños pequeños, cuando sólo se pensaba en las cosas desde la buena fe. Luego te haces mezquino, enrevesado, si no el mundo te la clava por detrás. Y joder, cómo duele la primera vez que te dan la espalda, que te miran con despecho, que te dan un último adiós. Ojalá mis lágrimas en ese momento fueran de tristeza en vez de humillación.

La verdad es que si tuviera que enseñarle algo a un niño pequeño e ilusionado, ignorante por naturaleza e innato de bondad, sería que no confiara en nadie, y así se llevaría sorpresas en vez de desilusiones. Que no buscara la verdadera felicidad entre las copas, ni entre las piernas de las mujeres, que esperara al momento perfecto, que no se precipitara, que las acogiera en sus brazos hasta que se sintieran seguras. Y que, cuando encuentre a la suya, la que fue creada para él, que la protegiera con su vida, que no la dejara escapar. Maldita sea, sobre todo esa última frase. Porque no es verdad que si se va es que no era la verdadera, puede estar en una maldita librería y que tú estés en el pasillo equivocado, o en el vagón contiguo porque aquel día llegabas tarde al tren, o en el asiento dos o tres veces por delante porque no querías que te viera el profesor ciego y ofuscado que no vislumbra más allá de veinte alumnos. Puede estar en cualquier parte, y del mismo modo se puede ir de tu vida sin que te inmutes.

Y si no la encuentras… andarás como yo, eso es lo que le diría. Que se convertiría en un hombre engabardinado que va cubierto de frío con aire impertérrito cuando realmente ninguna mujer yacerá en sus brazos como lo hizo ella. Que a él le rompieron el corazón y por su alma que nunca dejará que se curen las heridas. Porque él es así, autodestructivo, imperfecto. El alma bohemia, vivir en la angustia es lo que crea el maldito arte. Trascender de la realidad, de los vasos de cristal, de las líneas rectas y los colores sin mezclar. Vivir con una herida, con un fantasma deambulante sobre sus hombros. Vivir con ese peso, con esa carga que esgrime las palabras perfectas de los tomos encuadernados, los colores perfectos de un lienzo digno de admiración, las notas especialmente ordenadas para que se pueda oír un llanto en los silencios. Eso es, le diría, lo que conlleva ser un alma errante.