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Esperar en un mundo que no trasciende de una puerta de mierda

lunes, 25 de septiembre de 2017

She needed a hero...

De un segundo a otro, la luz irrumpe súbitamente en mi mente.

Es muy probable que el sol entrara silenciosamente a través de la ventana, una rendija tras otra de la persiana a medio cerrar, acariciando cada elemento que iluminaba con el tenue amanecer de fin de semana. Minuto tras minuto, la estancia se iría encendiendo gradualmente en un tono anaranjado, como un susurro apenas audible. Sin embargo, mis pulmones piden una fuerte inspiración mientras abro los ojos al instante, volviendo de la tranquilidad nocturna que logró asentar la oscuridad.

Me incorporo y noto el cuerpo entumecido, como si hubieran pasado siglos y despertara tras una paliza mortal. Poco a poco recupero la sensación en brazos y piernas que me recibieron con un hormigueo generalizado, pudiendo al final abrir y cerrar las manos en un puño. Aquellas manos, casi irreconocibles. Aquella vida dejada atrás.

Ha pasado tiempo, quizás mucho, o quizás no el suficiente. Miles de imágenes recorren mi mente en el momento en el que me pongo a recordar. Tantas experiencias, tantos episodios tan breves como intensos, tantos ojos y miradas cargadas de mensajes sin transmitir. Tantas cicatrices asomando por la ropa que jamás verán el sol.

Hubo una vez que caí a un agujero del que no veía final. Hubo una vez que tuve miedo de la soledad, que se cernía sobre mí sin poder hacerle frente. Hubo una vez en que la vida me dio un empujón y me ofreció una espada. Y hubo una vez que la cogí y aprendí a usarla, torpemente, para abrirme paso entre la oscuridad.

En el fondo, en el puto fondo de mi corazón, agradezco lo que he vivido. Todo aquel sufrimiento y soledad que se fueron acumulando como un enorme riesgo al que me exponía dejando abiertas las defensas más básicas del ser humano. Una enorme hostia que me dijo que la vida no siempre es como uno desea y que hay que saber coger un escudo y clavar los pies en la tierra para ofrecer resistencia. Una enorme hostia que, no sólo requirió defensa, sino un ataque brutal que rompió mis esquemas de vida.

Hace un año el sol del sábado por la mañana me daban ganas de acurrucarme en la cama y llorar hasta que los ojos me ardieran, suplicando que todo aquello fuera una puta pesadilla. El estruendo de las paredes cayendo y de mi vida derrumbándose no me dejaba dormir. Tan sólo pensaba en que me llamaría, y traería de nuevo el orden a mi vida cayendo al abismo. Luego el dolor se convirtió en odio, en una fuerte oscuridad que me espesó la sangre y me hizo vivir día tras día y que tiñó mi mirada de ahí en adelante. Un año después, no deja de ser más que una cicatriz; terriblemente fea, pero una cicatriz, un episodio más del libro de doscientas páginas que debe ser mi vida actualmente.

Igual son demasiadas páginas, estaré exagerando de nuevo.

So that’s what she became