De
un segundo a otro, la luz irrumpe súbitamente en mi mente.
Es
muy probable que el sol entrara silenciosamente a través de la ventana, una
rendija tras otra de la persiana a medio cerrar, acariciando cada elemento que
iluminaba con el tenue amanecer de fin de semana. Minuto tras minuto, la
estancia se iría encendiendo gradualmente en un tono anaranjado, como un
susurro apenas audible. Sin embargo, mis pulmones piden una fuerte inspiración
mientras abro los ojos al instante, volviendo de la tranquilidad nocturna que
logró asentar la oscuridad.
Me
incorporo y noto el cuerpo entumecido, como si hubieran pasado siglos y
despertara tras una paliza mortal. Poco a poco recupero la sensación en brazos
y piernas que me recibieron con un hormigueo generalizado, pudiendo al final
abrir y cerrar las manos en un puño. Aquellas manos, casi irreconocibles. Aquella
vida dejada atrás.
Ha
pasado tiempo, quizás mucho, o quizás no el suficiente. Miles de imágenes
recorren mi mente en el momento en el que me pongo a recordar. Tantas experiencias,
tantos episodios tan breves como intensos, tantos ojos y miradas cargadas de mensajes
sin transmitir. Tantas cicatrices asomando por la ropa que jamás verán el sol.
Hubo
una vez que caí a un agujero del que no veía final. Hubo una vez que tuve miedo
de la soledad, que se cernía sobre mí sin poder hacerle frente. Hubo una vez en
que la vida me dio un empujón y me ofreció una espada. Y hubo una vez que la
cogí y aprendí a usarla, torpemente, para abrirme paso entre la oscuridad.
En
el fondo, en el puto fondo de mi corazón, agradezco lo que he vivido. Todo aquel
sufrimiento y soledad que se fueron acumulando como un enorme riesgo al que me
exponía dejando abiertas las defensas más básicas del ser humano. Una enorme
hostia que me dijo que la vida no siempre es como uno desea y que hay que saber
coger un escudo y clavar los pies en la tierra para ofrecer resistencia. Una
enorme hostia que, no sólo requirió defensa, sino un ataque brutal que rompió
mis esquemas de vida.
Hace
un año el sol del sábado por la mañana me daban ganas de acurrucarme en la cama
y llorar hasta que los ojos me ardieran, suplicando que todo aquello fuera una
puta pesadilla. El estruendo de las paredes cayendo y de mi vida derrumbándose no me dejaba dormir. Tan sólo pensaba en que me llamaría, y traería de nuevo el
orden a mi vida cayendo al abismo. Luego el dolor se convirtió en odio, en una
fuerte oscuridad que me espesó la sangre y me hizo vivir día tras día y que
tiñó mi mirada de ahí en adelante. Un año después, no deja de ser más que una
cicatriz; terriblemente fea, pero una cicatriz, un episodio más del libro de
doscientas páginas que debe ser mi vida actualmente.
Igual
son demasiadas páginas, estaré exagerando de nuevo.
So that’s
what she became