Miré
la piedra, esa que cogió de la orilla un día y me dijo que me la regalaba por
la forma y los colores que tenía.
La
cogí, sentí su peso, y de pronto la encontré increíblemente inútil. Símbolo de
algo que me había esforzado por mantener en esa estantería para nada. De lo que
yo había venido haciendo todo ese tiempo mientras el mundo me mostraba la falta
de respuesta.
Imagino
mi expresión de indiferencia mientras me di la vuelta con la piedra en la mano
y abrí la ventana. En ese momento mi mente no decía nada, tan sólo me
transmitía esa orden, sin mayor trascendencia. El aire frío del lluvioso día
entró en mi habitación en el breve momento en el que abrí la ventana
completamente. Localicé un punto en el jardín donde perder esa puta piedra y no
volver a verla jamás en la vida y volví a sentir una vez más el peso de ese
estorbo antes de lanzarlo con la fuerza suficiente como para que llegara al
otro extremo del jardín. La vi describir una suave parábola antes de perderse
entre la oscuridad de la hiedra. Tan simple, tan rápido, tan sencillo. Una pequeña
muestra de lo que debería haber hecho con todo lo que lleva grabado su nombre y
quedarme con un cuarto vacío si hacía falta.
Gracias por toda esta mierda.