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Esperar en un mundo que no trasciende de una puerta de mierda

domingo, 18 de noviembre de 2018

Dreams

Espejismos de su mirada. Visiones que se cruzaban nada más cerrar los ojos.

Sentir una fuerza que rebota en mi pecho, haciéndome perder la consciencia. Ansiar su contacto, notar a la gravedad erizarse con cada respiración. Recorrer cada duna del desierto con la mano, deslizándose la arena entre mis dedos con una cálida suavidad. Grabarme a fuego el camino hacia su alma, bañada por la blanca luz de la noche. Pensar que nada en este puñetero mundo puede hacerme sentir este fuego que arde en mi corazón.

Un empujón anónimo me devolvió a la realidad. Abrí los ojos, hastiado. La humedad se respiraba en el ambiente, que teñía de un nubloso gris los rostros, permanentemente orientados hacia ninguna parte. Dejé caer la cabeza hacia atrás, devolviéndome el mugroso techo a la triste realidad.

Qué es el amor, nos preguntamos constantemente cuando nos vemos reflejados en los ojos de otra persona. Qué es lo que nos prometen las películas perfectas, donde dos personas se prometen fidelidad, respeto y admiración eterna, adivinándose los pensamientos, aspiraciones y en general la puta forma de vida. Qué coño es eso que nunca he llegado a asir, escurriéndose con cada palabra condenada, con cada caricia pintada con la fecha de caducidad tatuada al dorso. Por qué se me ha prometido una felicidad que no existe.

Una parada tras otra, las puertas se abren bruscamente, y unas cuantas personas dejan el vagón para dar lugar a otras, que buscan con rapidez un asiento donde poder abandonar sus pensamientos. Siento que la cabeza me pesa, tirándome hacia el suelo, teniendo que hacer un enorme esfuerzo para mantenerla entre mis hombros. Enfrente se sientan dos jóvenes entre risas, no soltándose nunca la mano. La chica pone sus piernas encima de las del joven, que las acaricia intentando darles calor con ternura. El puto amor comienza a desprenderse de sus ojos, unidos por un hilo invisible. Cuánto durarán esas miradas. Un fuerte sabor amargo me sube a la lengua. Necesito un cigarro.

Se nos ha dado la vida para vivirla, valga la redundancia. Nacemos, crecemos en el seno de nuestra familia, que nos enseña los valores con los que quiere que nos enfrentemos al mundo. A los pocos años creamos distancia con el centro de la Tierra y comenzamos a cuestionarnos nuestros dogmas, a pensar que por algún motivo estamos en este mundo y tenemos que hacer que valga la pena. Pronto algunas amistades se tornan demasiado intensas, y empezamos a rozar sentimientos peligrosos, de aquellos que tienen el filo más cortante. Si tenemos suerte, aprendemos lo que es el amor con una persona que nos quiere, que nos admira y que cada noche se va a dormir con tu imagen resplandeciendo en el subconsciente. Si no tenemos tanta, nos toca entregar nuestro corazón a ciegas andando sobre el abismo, rezando porque no le hagan daño. Si tenemos suerte, nos hacen la primera herida en una época en la que cicatrizar no es tan complicado. En todo caso, las cicatrices van creando patrones irregulares en su forma.

Llega mi parada, me levanto con lentitud, sintiendo mi cuerpo entumecido por el frío. Me arrebujo en la bufanda como símbolo preparatorio de la salida a los grandes túneles subterráneos. Las puertas vuelven a abrirse con un estruendo, y salgo mirándome a los pies. Recorro los pasillos junto con una corriente oscura que con sus pasos crea un concierto digno de un desfile militar protagonizado por borrachos. Subo las escaleras, y la luz me da la bienvenida un día más con una fría bofetada en la cara. Antes de dejar de sentir las manos saco el paquete de tabaco y el mechero mientras me alejo de la estación. A los pocos minutos llego a las enormes puertas del gran edificio de cemento situado en el corazón empresarial. Enciendo el cigarro, aspiro con ansiedad, y me apoyo en la pared suavemente mientras siento el aire contaminado salir de mis pulmones, no sin antes dejar una sólida capa de negrura junto con una oleada de satisfacción.

Siento que nunca la entiendo, y que no la entenderé jamás. Siento que cuando abro una puerta y comienzo a andar, me la encuentro en medio del camino, andando en el sentido opuesto. Intento hablar con ella, preguntarle a dónde va, y si puedo acompañarla. Pero nunca me dice nada, nunca me deja meterme en su mente. Siento que estoy al lado de un jodido fantasma.

Es en estos momentos cuando sólo me queda preguntarme, por qué. Por qué siento una fuerza irremediable que me empuja a seguirte. Por qué lo daría todo por poder tenerte entre mis brazos por la noche, sintiendo tu cálida presencia abrigarme durante la noche de una manera que nunca podré sustituir. Por qué lucho por tu sonrisa, por qué sufro con tus tristezas, por qué mi corazón ansía tus palabras. Por qué amo a un jodido fantasma.

Lentamente el cigarro se consumió, quedándose reducido a ceniza. Dejé caer un suspiro junto con la colilla, pisándolos ambos con la punta del zapato. Me metí las manos en los bolsillos del abrigo, buscando un poco de calor en las costuras mientras las grandes puertas se deslizaban en silencio, dejándome entrar en la oscuridad.