Sentir
una fuerza que rebota en mi pecho, haciéndome perder la consciencia. Ansiar su
contacto, notar a la gravedad erizarse con cada respiración. Recorrer cada duna
del desierto con la mano, deslizándose la arena entre mis dedos con una cálida
suavidad. Grabarme a fuego el camino hacia su alma, bañada por la blanca luz de
la noche. Pensar que nada en este puñetero mundo puede hacerme sentir este
fuego que arde en mi corazón.
Un
empujón anónimo me devolvió a la realidad. Abrí los ojos, hastiado. La humedad
se respiraba en el ambiente, que teñía de un nubloso gris los rostros, permanentemente orientados hacia ninguna parte. Dejé caer la cabeza hacia atrás, devolviéndome el
mugroso techo a la triste realidad.
Qué
es el amor, nos preguntamos constantemente cuando nos vemos reflejados en los
ojos de otra persona. Qué es lo que nos prometen las películas perfectas, donde
dos personas se prometen fidelidad, respeto y admiración eterna, adivinándose
los pensamientos, aspiraciones y en general la puta forma de vida. Qué coño es
eso que nunca he llegado a asir, escurriéndose con cada palabra condenada, con
cada caricia pintada con la fecha de caducidad tatuada al dorso. Por qué se me
ha prometido una felicidad que no existe.
Una
parada tras otra, las puertas se abren bruscamente, y unas cuantas personas
dejan el vagón para dar lugar a otras, que buscan con rapidez un asiento donde
poder abandonar sus pensamientos. Siento que la cabeza me pesa, tirándome hacia
el suelo, teniendo que hacer un enorme esfuerzo para mantenerla entre mis hombros.
Enfrente se sientan dos jóvenes entre risas, no soltándose nunca la mano. La
chica pone sus piernas encima de las del joven, que las acaricia intentando
darles calor con ternura. El puto amor comienza a desprenderse de sus ojos,
unidos por un hilo invisible. Cuánto durarán esas miradas. Un fuerte sabor
amargo me sube a la lengua. Necesito un cigarro.
Se
nos ha dado la vida para vivirla, valga la redundancia. Nacemos, crecemos en el
seno de nuestra familia, que nos enseña los valores con los que quiere que nos
enfrentemos al mundo. A los pocos años creamos distancia con el centro de la
Tierra y comenzamos a cuestionarnos nuestros dogmas, a pensar que por algún
motivo estamos en este mundo y tenemos que hacer que valga la pena. Pronto
algunas amistades se tornan demasiado intensas, y empezamos a rozar
sentimientos peligrosos, de aquellos que tienen el filo más cortante. Si tenemos
suerte, aprendemos lo que es el amor con una persona que nos quiere, que nos
admira y que cada noche se va a dormir con tu imagen resplandeciendo en el
subconsciente. Si no tenemos tanta, nos toca entregar nuestro corazón a ciegas
andando sobre el abismo, rezando porque no le hagan daño. Si tenemos suerte,
nos hacen la primera herida en una época en la que cicatrizar no es tan
complicado. En todo caso, las cicatrices van creando patrones irregulares en su
forma.
Llega
mi parada, me levanto con lentitud, sintiendo mi cuerpo entumecido por el frío.
Me arrebujo en la bufanda como símbolo preparatorio de la salida a los grandes
túneles subterráneos. Las puertas vuelven a abrirse con un estruendo, y salgo
mirándome a los pies. Recorro los pasillos junto con una corriente oscura que
con sus pasos crea un concierto digno de un desfile militar protagonizado por
borrachos. Subo las escaleras, y la luz me da la bienvenida un día más con una
fría bofetada en la cara. Antes de dejar de sentir las manos saco el paquete de
tabaco y el mechero mientras me alejo de la estación. A los pocos minutos llego
a las enormes puertas del gran edificio de cemento situado en el corazón
empresarial. Enciendo el cigarro, aspiro con ansiedad, y me apoyo en la pared
suavemente mientras siento el aire contaminado salir de mis pulmones, no sin
antes dejar una sólida capa de negrura junto con una oleada de satisfacción.
Siento
que nunca la entiendo, y que no la entenderé jamás. Siento que cuando abro una
puerta y comienzo a andar, me la encuentro en medio del camino, andando en el
sentido opuesto. Intento hablar con ella, preguntarle a dónde va, y si puedo
acompañarla. Pero nunca me dice nada, nunca me deja meterme en su mente. Siento
que estoy al lado de un jodido fantasma.
Es
en estos momentos cuando sólo me queda preguntarme, por qué. Por qué siento una
fuerza irremediable que me empuja a seguirte. Por qué lo daría todo por poder
tenerte entre mis brazos por la noche, sintiendo tu cálida presencia abrigarme
durante la noche de una manera que nunca podré sustituir. Por qué lucho por tu
sonrisa, por qué sufro con tus tristezas, por qué mi corazón ansía tus
palabras. Por qué amo a un jodido fantasma.
Lentamente
el cigarro se consumió, quedándose reducido a ceniza. Dejé caer un suspiro
junto con la colilla, pisándolos ambos con la punta del zapato. Me metí las
manos en los bolsillos del abrigo, buscando un poco de calor en las costuras
mientras las grandes puertas se deslizaban en silencio, dejándome entrar en la
oscuridad.