Lo que yo llamaría una ignorante de libro, de aquellas que
no trascienden más allá de los contenidos dados. Hace algunos años me enseñaron
las Guerras Mundiales y me quedé en algunos párrafos disueltos entre fotos y
contenidos tan escuetos como didácticos. Hace menos me enseñaron a los grandes
de la literatura española, y tan sólo memoricé sus nombres y obras como un puto
papagayo para por fin soltarlos en una hoja oficial el día tan esperado como
temido. Y ahí me quedé, quizá con un libro importante que me tuve que leer. Pero
nada más. Pronto todo aquello se fue por el retrete por el simple paso del
tiempo. Una cosa tan absurda como contraproducente.
Hay veces en las que me sorprendo cuando escucho a gente que
se aprende una estúpida frase y la repite como un loro como si aquello
demostrase su más ínfima inteligencia. De hecho, les pregunto acerca de cuál es
su argumentación o cómo llegaron a esas conclusiones, y creo que su expresión
debe ser la misma que cuando si a mí ahora mismo me preguntan por un autor de
los que se fue por el retrete. Absoluta perplejidad y confianza máxima en su
fuente, aunque la suya no fuera un libro sino un estúpido arrogante que se
aprovechó de la ignorancia masiva.
Aunque no lo parezca, el fenómeno de masas no tiene casi
nunca una justificación racional, si acaso la del líder que aprovecha la
contingencia de analfabetismo o si acaso un alfabetismo sin desarrollar. Lo lamentable
es que hoy día nos encontremos en auténticas dictaduras, cuando los medios de
comunicación nos posibilitan acceder a fuentes que ni de lejos podrían haber
contado nuestros padres en su formación básica.
Actualmente, los líderes se
aprovechan de nuestra raquítica formación sobre economía, política o la
sociología básica que mueve nuestros cuerpos en la sociedad, y nos meten
semejantes supositorios por el culo cargados de corrupción y en sí una
auténtica mofa sobre nosotros que nos quedamos plácidamente dormidos ignorantes
de la pocilga donde nos revolcamos. La que nosotros mismos hemos construido
cuando decidimos dejar de investigar sobre nuestros límites en conocimientos. No
sabemos lo que significa la verdadera crisis, la falta de oferta de dinero en
el país o el endeudamiento hasta los dientes, lo que ya venían diciendo algunos
eruditos tanto españoles como europeos mientras nosotros seguíamos construyendo
nuestra ciénaga por omisión. La justicia yace tan muerta como nuestras ganas de
aprender, respaldada por gente guiada más por el dinero de los delincuentes que
por la más básica moral. No sé si es realmente por dinero, porque creo que
ahora mismo no pagan a varios de los ignorantes que están en mi clase. La
verdad es que me gustaría preguntárselo, pero lo bueno de las mentes alienadas
es que no necesitan justificación y pueden absolver a dos padres que
prácticamente mataron a su hijo al no impedir que vomitara lo que comía durante
un mes y medio llevándolo al hospital. A mí, simplemente, me sale una risa
macabra de lo más profundo de mi ser al ver que incluso la gente en vías de
abogados o jueces ya está corrupta en su propia moral.
Si por mí fuera, las clases se darían en jardines, vuelta al
modelo estoico y de los filósofos griegos en general. Andar por las calles para
hacerse entre ellas, aplicar lo aprendido en base a unos preceptos morales
universales; igualdad, libertad, pensamiento autónomo, capacidad de razonar por
sus propios medios. Si fuera por mí, leería cada uno de los libros que me
hicieron suspirar y los analizaría con mis alumnos motivados y realmente
interesados por sus páginas. Que viniera quien quisiera, a la mierda las faltas
de asistencia y los putos controles que sólo muestran el estrés de una noche en
vela. Yo misma lo reconozco, aquellas noches dieron frutos que hoy yacen
podridos en un jarrón. Lo que sé es porque realmente me interesaba, si acaso,
en vez de ser olvidado entre fotos y más fotos de los libros. Hoy día, en la
universidad, si no encuentras motivación debes enterrarte en lo más profundo y
realmente torturarte hasta conseguirlo.
Aunque la mierda vuelve a ser la misma,
los catedráticos nos vuelven a tratar como niños ante expectativas mejores
empeoradas por las putas generaciones que nos preceden. No les culpo
totalmente, siempre ha habido eruditos motivados, pero soy de las que piensa
que la universidad se recuerda por los momentos en clase más que por las
resacas mañaneras. Al menos en ciertos aspectos, no soy amiga de la amnesia
temporal.
Y cuando la sufro, me siento estúpida. Cuando ignoro grandes
hitos de la historia y nombres claves en las ciencias y letras, me cago en todo
lo que memoricé y no trascendí más. Cierto que aún soy joven, y al menos supe
apreciarlo en los momentos en los que di arte y latín para sumergirme entre sus
dogmas. Capiteles, fachadas, pináculos, doseletes… tan sólo leves pinceladas de
lo que realmente me pueden ofrecer.
El problema que le encuentro a la educación actual es que
básicamente consiste en sentar a un alumno en una silla y ponerle un plato
exquisito en la mesa. Simplemente situárselo a unos centímetros de su alcance,
para que vea lo que no puede probar. Que no pueda siquiera coger una cuchara y
saborear la primera cobertura. Y antes de que se dé cuenta, quitárselo, para
que no le coja ganas. Y después se le pone otro plato distinto, y se repite la
operación.
Consiste básicamente en una tentación rebuscada, si eso
cuando no te has aburrido de ese sadomasoquismo que conforma el sistema
educativo de hoy día. Los contenidos se reducen hasta el absurdo, y los
profesores van apresurados de un tema a otro obligándote, casi hasta la
súplica, que mires las páginas. Es inevitable aburrirse, no lo voy a negar.
Desde mi gran abismo de ignorancia asumida, creo que se
necesita hacer una conexión cerebral antes de inyectar grandes dosis de
aprendizaje comprimido. Que los alumnos vean que todo eso es para que luego
puedan defenderse en la vida con algo más que amenazas o frases estereotipadas.
Porque llegará un momento en el que todo aquello que pudimos albergar en
nuestro cerebro en los años más receptivos se resume a estúpidas conversaciones
en el metro o en una sala de conferencias. El hombre es tan estúpido que se
resume las cosas para que generaciones posteriores lo tengan más fácil, pero no
entiende que ello supone que no aprendan una mierda de lo que en realidad es. Y
cuando eres uno de ellos, y te das cuenta, si aún conservas tu conciencia de
ser humano como una mente infinita, te cagas en el sistema porque te hayan
tirado todos aquellos años por la borda.