Quisiera volver a esa época, y verme desde fuera. Ver a la
pequeña niña de gafas redondas y silenciosa, expectante. El mundo creía que le
escuchaba, pero simplemente no tenía nada que decir. Me gustaría verla, a ver
qué pensaría si la conociera como una extraña. Nunca añadía mucho a las
conversaciones, parecía estar en otro mundo.
En qué momento empecé a buscarle sentido a la vida. Tal vez
en una de esas mañanas en el chalé de mis abuelos a las afueras, en la que me
desperté y no vi motivo por el que levantarme. Miles de vidas posibles, ninguna
que me interesara. Simplemente no quería levantarme.
Hoy sigo buscando, sigo atravesando mi mirada entre las
gotas de la lluvia. Sigo pisando charcos mojados, sigo suspirando cuando las
gotas acarician mi cara. Me gustan los abrigos negros, largos y pesados,
húmedos y exhaustos. Me gusta el calor del parqué, las pisadas desnudas y
tímidas a altas horas de la madrugada. Me gustan las tazas humeantes, los
domingos anónimos con una pantalla en blanco delante de mí. Me gustan los
calcetines mullidos, el cobijo bajo la manta. Me gusta mi piel pálida, mis ojos
abiertos en libertad bajo el cielo encapotado. Me gusta un beso robado, una
caricia inesperada. Me gusta el aliento entrecortado por la mejor sensación del
universo. Me gusta, simplemente, vivir.