Cada vez veo más y más vidas vacías, de esas que no
encuentras ni sentido ni interés en investigar, porque no son más que mierda
superficial. Todo ha quedado reducido de manera progresiva a una auténtica
mierda, escoria de lo que antaño fue simplemente maravilloso. Ignoro la
evolución exactamente del mismo modo que los coetáneos tampoco sabrían
describir la guerra de manera neutral, pero el resultado es el mismo; una
pérdida, una victoria, una auténtica masacre.
A veces sueño con vivir en una época donde el aire de las
imágenes en blanco y negro se mezclara con las vidas de hoy, y que hubiéramos
sido capaces de mantenernos firmes ante todo lo que se nos ha dado, en vez de
prostituirlo e integrarlo como si siempre lo hubiéramos tenido. La ingratitud
invade las calles, las mentes ignorantes, vacías y sin ganas de completarse. El
ser humano usará un diez por ciento de sus capacidades, pero si hoy tenemos más
posibilidades las ganas de descubrirlo se escurren entre las calles.
Y por qué, sino por la propia tolerancia. La asunción de
todo lo que nos rodea nos convierte en meras ovejas cambiadas de redil. Nos habituamos,
y al instante pastamos como si siempre hubiera sido así. Y sí que es cierto que
vivimos en una gran contingencia internacional e hipocresía de los gobiernos,
pero hubo tiempos terribles en los que siquiera se podía hablar en voz alta con
estas palabras y aún así la gente era capaz de pensar.
Y hoy, nos desentendemos de todo, y los que hablan parecen
no entender. Las palabras son meras armas de la gente astuta, no inteligente y
siquiera cultivada. Personas capaces de manipular auténticas masas con sólo un
par de frases reiteradas una, y otra, y otra vez. Hasta que al final acabas
extasiado, colérico y unido al fenómeno colectivo.
He de reconocerlo, en eso es casi imposible desistir. Quién sabe lo que seríamos capaces de hacer con un par de frases de auténtica verdad, en vez de condenarnos a la eterna ignorancia. Nos lo quitan todo, nos dejan desnudos ante el abismo, y seguimos cantando nuestras putas canciones. Porque ellos nos lo permiten, porque la vida siempre ha sido así, y porque nunca fue mejor.
Ojalá hubiera de esos cafés donde se reunían los intelectuales en vez de los malditos farfulladores, abocados a la puta mierda de los argumentos irracionales, repetidos como si tuvieran un esquema mental en su cabeza “A esto, digo lo otro” y “Cuando me diga esto le echo en cara tal cosa”. No es más que mierda. Mierda que te ahoga y te reprime porque todo el mundo se revuelca en ella.
La verdad, no sé cómo acabé pensando así. Tal vez fue mi
padre, o tal vez fui sola. Quién sabe qué es lo que nos hace, si la licencia a
la libertad o el descubrir tú mismo lo que hay con unas determinadas creencias.
Que Dios no existe, ni tampoco la democracia. Que el poder corrompe, y que lo
aceptamos y abrazamos con gracia y éxtasis. Que las palabras son tan falsas como
los dientes de plástico, como las tetas de silicona o como los actores porno. Que
todas y cada una de nuestras vidas están limitadas y que nadie será capaz de hacérnosla
ver como un proceso hacia la vida eterna. Que cuando nuestro corazón deja de
latir, somos historia.
Tengo los ojos secos, la piel de gallina, los pies en una
pequeña banqueta arañada por el uso. Las manos resecas por el frío, el pelo
erizado por la lluvia de la mañana. La boca con sabor a café, la respiración
confusa. Los dedos sobre el teclado. Mi puto corazón en el puño. Porque no soy
capaz de gritar ante el mundo, miro por la maldita ventana con los ojos
entrecerrados, intentando hacerme ver más allá de la luz cegadora. Una vida
condenada a la impotencia de no poder hacer nada más de lo que me permiten mis
cadenas, tal vez pasear por los pocos espacios verdes industrializados o
comprar comida manipulada en la tienda de una gran cadena multinacional. Obtener
información de fuentes corruptas, escuchar música de mierda comercial. Dormir entre
sábanas sintéticas, ponerme unas bragas y un sujetador que me arañan. Inconformismo,
y a la vez impotencia.
Creo que esa es la ecuación del mundo actual, el quiero pero
no puedo. Yo misma me siento culpable, pero… creo que sé que no lo hago porque
no quiero abandonar lo que tengo. Porque me da miedo el mundo de lo incierto, y
estoy a salvo dentro de la mierda que sé que será así mañana, tal vez peor,
pero al fin y al cabo es la mierda que conozco de siempre. Soy de esas personas
que sé lo que hay, y que grita mediante las palabras, algo que hoy, por muy
irracional que suene, no funciona, no se oye, se amortigua, rebota en alguna
pared, y termina colándose en alguna grieta que conforma la falta de cultura
nacional.