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Esperar en un mundo que no trasciende de una puerta de mierda

lunes, 25 de agosto de 2014

El cielo que acabó con todas las nubes

Todo tenía un color demasiado exaltado. Demasiado brillante, la inmensidad se veía increíblemente nítida. El cielo, de un impoluto y uniforme azul, resaltando el vuelo de un pájaro en su recorrido. Las hojas de los árboles, mecidas por el suspiro el viento, despertándose con una suave caricia, con un susurro. Los tejados de los edificios, con las tejas perfectamente definidas en su entramado. Todo era demasiado para la concepción de alguien que volvió a nacer.

Mi mujer me miró con una capa traslúcida esparcida en los ojos, que resultaron ser lágrimas a punto de rebosar. No sabía quién era, dónde me encontraba, qué maldito año era en aquella época donde todo se decidió por brillar. Su pelo, recogido en una coleta más que desatendida, despedía ese aroma inconfundible a naturaleza, a vida, y recordé lo muchísimo que la amaba. Un mechón le cruzaba la cara, quedando cubierto por sus manos, que estaban tapándole la boca y la nariz, en un reflejo por tratar de ocultar su llanto. Tan sólo lloraba mientras me volvía a mirar cuando otro cargamento de lágrimas caía en el mantel sobre la hierba. Y yo con mi momento de realización y ubicación trascendental.

Me dijo que había muerto, que mi corazón dejó de latir durante un tiempo que le pareció interminable mientras entraba en pánico. Que me quedé mirando a la nada mientras dejaba de respirar. Que me fui con una sonrisa paralizada en la cara. Tan sólo recuerdo haberme quedado mirando a las nubes.

Mis nubes, mis sueños y aspiraciones flotando en el vacío que conforma el cielo. Todos y cada uno de los pensamientos y objetivos han ido siendo plasmados en la gran superficie etérea de nuestra vida, y nunca nos paramos a contemplarlos. Creo que me quedé mirando demasiado tiempo mis errores.

Cosas que no hice o que hice mal. Cosas que por cualquier motivo pospuse, cancelé o sobre las que me retracté. Gente a la que nunca volví a ver tras una despedida temporal. Besos que nunca di, abrazos que nunca pude recibir. Suspiros que nunca procuré ante la plenitud que sentía en mi pecho palpitante de plena felicidad. Tantas nubes que faltaban, tanto cielo por abarcar.

Contemplé los árboles bailar bajo el canto del viento durante unos instantes. Me quedaba tanto por vivir que el sólo pensamiento me quitaba de nuevo el aliento. Tanto que hacer, tan poco tiempo, la ironía de ese conjunto de maravillas científicas que hoy nos dan capacidad para vivir algo más de diez décadas. Sonreí a aquella paradoja y me reí de forma macabra, ante el maravilloso y trágico espectáculo que pude contemplar en el cielo.

En este mundo hay gente que vive las cosas que se le ofrecen y otro tipo que simplemente no lo confirman hasta que un tercero no les da su vacía aquiescencia. Los seres humanos somos los únicos animales que se suicidan de forma racional, tomando decisiones bajo sus plenas capacidades y bajo el único pretexto de su ulterior defunción, diga usted que sí, a la mierda primavera. También hay gente que abraza la ignorancia y habitan en ese estado transitorio entre la infancia y la madurez, nunca llegándose a cuestionar la vida, las emociones, el resto de las personas de la tierra, nunca aspirando a la plena autonomía intelectual. Hay otros sin embargo que hasta que no alcanzan el conocimiento absoluto no desisten, y gente que vive por el bienestar de otras personas. Hay tantos tipos, tantos millones que nunca podrá haber un patrón reducido de condicionamientos. Ahora, uno sólo puede hablar de lo que realmente es.

Tal vez fue una oportunidad del cielo de advertirme sobre mi camino, de alertarme de la posible inexistencia en la que podría caer de continuar viviendo bajo decisiones a corto plazo, estándares, convencionalismos dentro de los márgenes de la vida proclamada. Tal vez fuera un aliciente a vivir por mí mismo, a nunca juzgar a las personas por meros detalles, a simplemente vivir como le grita su propio ser. O simplemente fuera un chungo en el que me quedé inconsciente.


Abracé a mi mujer, que estaba temblando de miedo y confusión. Le besé la cabeza mientras aspiraba el dulce olor de su compañía y empatía, mientras me sentía vivo y un conjunto de planes iban formándose en mi determinación, socavando los grandes pilares estereotipados y los enormes prejuicios de la sociedad. Un ataque de tos del cielo despejó el horizonte, y pronto vi claras mis intenciones. Me esperaba una buena vida volviendo a llenarlo de nubes.

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