Todo tenía un color demasiado exaltado. Demasiado brillante,
la inmensidad se veía increíblemente nítida. El cielo, de un impoluto y uniforme azul, resaltando el vuelo de un pájaro en su recorrido. Las hojas de los
árboles, mecidas por el suspiro el viento, despertándose con una suave
caricia, con un susurro. Los tejados de los edificios, con las tejas
perfectamente definidas en su entramado. Todo era demasiado para la concepción de alguien que
volvió a nacer.
Mi mujer me miró con una capa traslúcida esparcida en los
ojos, que resultaron ser lágrimas a punto de rebosar. No sabía quién era, dónde
me encontraba, qué maldito año era en aquella época donde todo se decidió por
brillar. Su pelo, recogido en una coleta más que desatendida, despedía ese
aroma inconfundible a naturaleza, a vida, y recordé lo muchísimo que la amaba. Un
mechón le cruzaba la cara, quedando cubierto por sus manos, que estaban
tapándole la boca y la nariz, en un reflejo por tratar de ocultar su llanto. Tan
sólo lloraba mientras me volvía a mirar cuando otro cargamento de lágrimas caía
en el mantel sobre la hierba. Y yo con mi momento de realización y ubicación trascendental.
Me dijo que había muerto, que mi corazón dejó de latir
durante un tiempo que le pareció interminable mientras entraba en pánico. Que me
quedé mirando a la nada mientras dejaba de respirar. Que me fui con una sonrisa
paralizada en la cara. Tan sólo recuerdo haberme quedado mirando a las nubes.
Mis nubes, mis sueños y aspiraciones flotando en el vacío que
conforma el cielo. Todos y cada uno de los pensamientos y objetivos han ido
siendo plasmados en la gran superficie etérea de nuestra vida, y nunca nos
paramos a contemplarlos. Creo que me quedé mirando demasiado tiempo mis
errores.
Cosas que no hice o que hice mal. Cosas que por cualquier
motivo pospuse, cancelé o sobre las que me retracté. Gente a la que nunca volví
a ver tras una despedida temporal. Besos que nunca di, abrazos que nunca pude
recibir. Suspiros que nunca procuré ante la plenitud que sentía en mi pecho
palpitante de plena felicidad. Tantas nubes que faltaban, tanto cielo por
abarcar.
Contemplé los árboles bailar bajo el canto del viento
durante unos instantes. Me quedaba tanto por vivir que el sólo pensamiento me
quitaba de nuevo el aliento. Tanto que hacer, tan poco tiempo, la ironía de ese
conjunto de maravillas científicas que hoy nos dan capacidad para vivir algo
más de diez décadas. Sonreí a aquella paradoja y me reí de forma macabra, ante
el maravilloso y trágico espectáculo que pude contemplar en el cielo.
En este mundo hay gente que vive las cosas que se le ofrecen
y otro tipo que simplemente no lo confirman hasta que un tercero no les da su
vacía aquiescencia. Los seres humanos somos los únicos animales que se suicidan
de forma racional, tomando decisiones bajo sus plenas capacidades y bajo el
único pretexto de su ulterior defunción, diga usted que sí, a la mierda
primavera. También hay gente que abraza la ignorancia y habitan en ese estado
transitorio entre la infancia y la madurez, nunca llegándose a cuestionar la
vida, las emociones, el resto de las personas de la tierra, nunca aspirando a
la plena autonomía intelectual. Hay otros sin embargo que hasta que no alcanzan
el conocimiento absoluto no desisten, y gente que vive por el bienestar de
otras personas. Hay tantos tipos, tantos millones que nunca podrá haber un
patrón reducido de condicionamientos. Ahora, uno sólo puede hablar de lo que
realmente es.
Tal vez fue una oportunidad del cielo de advertirme sobre mi
camino, de alertarme de la posible inexistencia en la que podría caer de
continuar viviendo bajo decisiones a corto plazo, estándares, convencionalismos
dentro de los márgenes de la vida proclamada. Tal vez fuera un aliciente a
vivir por mí mismo, a nunca juzgar a las personas por meros detalles, a
simplemente vivir como le grita su propio ser. O simplemente fuera un chungo en
el que me quedé inconsciente.
Abracé a mi mujer, que estaba temblando de miedo y
confusión. Le besé la cabeza mientras aspiraba el dulce olor de su compañía
y empatía, mientras me sentía vivo y un conjunto de planes iban formándose en
mi determinación, socavando los grandes pilares estereotipados y los enormes
prejuicios de la sociedad. Un ataque de tos del cielo despejó el horizonte, y
pronto vi claras mis intenciones. Me esperaba una buena vida volviendo a
llenarlo de nubes.
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