Estábamos en el viejo puente del pueblo, los dos solos. El río
corría cuesta abajo con la fuerza del despertar de la primavera. Nuestros zapatos
danzaban de un lado a otro, dándose de vez en cuando en una excusa para
acercarse. Éramos niños, niños que querían ser grandes sentados en el viejo
puente del río.
Ella me miró de repente, curiosa. Recuerdo que me sorprendió
lo cerca que estaba, no era propio que me mirara así. Solía tirarle del pelo y
ensuciarle el vestido con nieve derretida de la puerta del colegio, así que
cuando me miraba sus ojos solían estar llenos de odio. Aquel día me miraban
distintos, dulces, preciosos. Por aquel entonces no sabía lo bonita que era su
mirada.
Y entonces, se acercó y pegó sus labios a los míos. Jo, qué
raro me sentía. Me fijé en el montonazo de pecas que tenía en la nariz y que se
caían dispersas en las mejillas. Los segundos se me hicieron eternos hasta que
por fin se alejó y enfoqué la vista. Me seguía mirando así, jo, qué raro. Rápidamente
miré mis zapatos danzar por encima del agua, hacia delante y hacia atrás. Sentí
que ella seguía mirándome, y yo moviendo los pies como un tonto sobre el río.
Y ese fue mi primer beso. No sé si lo considera ella, espero
que sí. Aunque me porté como un tonto, qué menos cabe esperar de un niño con
las rodillas peladas de caerse jugando al fútbol en el patio. Aahh (suspiro),
dulces recuerdos. Ojalá el mundo volviera a ser tan sencillo, y la vida no
estuviera tan sistematizada. Ojalá una palabra no significara mil cosas, y tan
sólo fuera lo que en un principio se nos enseñó. Que las lágrimas sean tan
corrientes como las risas, tan sencillas y humanas. Que la felicidad se resuma
en una tarde genial con los amigos y una merienda de leche con galletas en el
comedor de tu casa. Que todo se pueda resumir en unas cuantas frases con
polisíndeton e interjecciones. Que al tumbarte en tu cama, en lo único que
pienses sea a qué jugarás mañana en el recreo, y si la niña de las pecas en la
nariz se enfadará mucho cuando le tires del pelo al entrar en clase.