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Esperar en un mundo que no trasciende de una puerta de mierda

jueves, 20 de febrero de 2014

Cuando uno se harta del postureo de mierda

Delirando un poco por Internet encontré un vídeo realmente humillante, bajo el título de “20 cosas que una chica en sus veinte NECESITA tener”; el vídeo numeraba cosas tales como un amigo al que mandar mensajes cuando estés borracha, un buen sujetador deportivo, un biquini que te quede bien siempre, una película favorita que no sea El diario de Noah o un outfit fantástico para las entrevistas. Vale... ¿Qué cojones le pasa al mundo en la cabeza?

Será porque estoy en mis veinte (recién entrada, y ya me deprimo cuando los sitios a los que voy con mis amigas cuando no hay tiempo para algo más trabajado están llenos de niñatos a los que saco siete años que me miran con arrogancia) o será porque no soy el prototipo ideado por las marcas centradas en la mujer (dentro de lo que considero una extensa mayoría), pero creo que cualquier persona en sus cabales encuentra en este vídeo un contenido de mierda, y especialmente ofensivo cuando pone que estas cosas las “necesita” o las “debería tener” en esta época. Simplemente fantástico que podamos ser resumidos en tan poquita mierda y en un minuto y medio.

Siendo consciente –aunque siempre teniendo en cuenta que me tomo demasiado a pecho las cosas- de que este vídeo es una forma barata de añadir visitas y de ir escurriendo el bulto mientras se va creando contenido un poco más desarrollado, no dejo de pensar últimamente -ahora que mi cerebro anda más despejado dentro del nivel usual de presión y como consecuencia de granos emergentes en mi cara- en lo que estoy escribiendo en ese libro de tapas duras y lustrosas que conforma la vida de cada persona. Lo que se escribe tanto por lo que se hace, como por lo que se deja de hacer, y ésta última cuestión viene a ser mi problema más elemental. Qué ocurre realmente con los tópicos de los veinte.

Esos años maravillosos, de juerga completa y despelote de acuerdo con los arquetipos, de no acordarte ni de la mitad y de vivir a lo yolo o carpe diem cuando en realidad no se tiene ni puta idea de lo que está haciendo uno con su vida. Depender hasta el último extremo de dejar constancia en las redes sociales para que toda la maldita humanidad se entere de que estás disfrutando de tu vida al máximo y que valoras a tope cada momento e hito de tu vida cotidiana, y que sin embargo dependes tanto de su aprobación que cuando no se tiene capacidad para comprobarlo caes en una especie de ansiedad creada por la clase media alta y las gilipolleces que aún quedan por inventar. Me encanta saber que esto no me pasa, pero también me frustra un poco como concepto que la gente pueda llegar a entender que todo esto es la verdadera juventud.

No puedo dejar de recordar el momento en el que me senté ante esta misma mesa, y poniendo una de mis canciones preferidas ya desde que Kiss FM era la emisora del coche por antonomasia en los viajes a lo largo de la península, me puse a escribir el discurso de graduación, y empecé a pensar en la vida que tendría en la universidad. Siendo realista, ni imaginé nada de lo enumerado anteriormente, sino en esencia, descubrirme más. Asumiendo por ello que conservo mi base porque de vez en cuando echo una mirada retrospectiva y veo que no se ha producido un giro drástico en mi mentalidad, y que de ahí he ido construyendo, modelando y perfilando lo que soy y voy siendo, creo que por ahora se podría decir que voy bastante bien.

He conocido a gente realmente despreciable, me han rechazado como amistad cuando soy de las personas que más valora a esos entes aunque no siempre estén a tu lado, y me he dado unas cuantas ostias psicológicas que con las paladas continuas del tiempo se han ido sepultando poco a poco para dejar una mella considerablemente saludable en mi mente (excepcionando por ello los múltiples defectos, las experiencias fatales de vez en cuando revividas por mi perversa mente cuando ve que estoy en un plan de pacifismo mental, así como esa risa estúpida que me sigue saliendo en las situaciones sociales tensas o cuando saludo a alguien al que no conozco con una voz de infante perdido en un supermercado). Supongo que a fin de cuentas, los veinte son la década de sentar lo que quieres que conviva contigo durante el resto de tu vida.

Desde algo tan obvio pero a la vez tan espinoso como es elegir el empleo o actividad a realizar en tu vida, hasta algo tan banal como puede ser la canción que quieres escuchar en la hora tonta o lo que quieres hacer mientras te lavas los dientes. Desde algo tan importante como quiénes van a ser las amistades que van a permanecer fieles a tu lado, no importa qué o cuándo, hasta quién va a ser el hábil ser humano que encontrará tu fuente interminable de placer y encanto, así como el que soportará tus peores estados mentales. Desde quién será esa o esas personas a las que no te cansarás de ver en el mismo restaurante o bar y hablar de las cosas más típicas y superficiales como consecuencia de un cansancio prolongado y simplemente unas ganas de estar, hasta la disposición de las cosas en tu habitación o el formato de letra que mejor te entra de tus apuntes. Desde tu escritor preferido, tus citas permanentes o tus lecturas por descubrir, hasta el estilo de música (o los estilos, por supuesto) que te acompañarán durante tantas veladas y tardes de tranquilidad, o tu jodido estilo de cine preferido (ah claro, que como antes mi película preferida era El diario de Noah, no puedo abarcar más de acuerdo con los estereotipos...), y sin mencionar a la minoría verídica que realmente nos vuelven locos los videojuegos, la plataforma idónea o la conservación de las que nos enamoraron a lo largo de los años (así como de esos juegos idealizados de nuestra niñez y adolescencia). Son tantas, tantas cosas que a mí me parecen millones de veces más importantes que las soplapolleces estereotipadas que iba escupiendo ese vídeo, que simplemente me dan ganas de gritar al mundo que se esfuerce un poco más por vivir.

El yolo cada vez es más simple, gilipollas y de postureo que ha llegado a ser en algún momento de la historia, donde era muchísimo más importante sobrevivir a un periodo de recesión, aguantar la contienda o el absolutismo o salir de una fuerte crisis financiera como consecuencia de un exceso de confianza crediticia. Es la época más pacífica de la historia, y a la vez la época de mayor hipocresía, gilipollez e ignorancia consentida por parte de la humanidad. No sólo uno se siente orgulloso de no saber bajo el pretexto de que “es su opinión y por ello está blindada contra el resto de ideologías racionalmente argumentadas” sino que no se tienen ganas de dialogar, debatir y conocer la situación actual, adentrándonos poco a poco en la alienación más burra que pueda haber; la de las personas que teniendo la fuente más extensa de información (y peligrosa por el otro lado precisamente como consecuencia de esa maravillosa y desmesurada libertad de expresión), le dan la vuelta y acarician su cubierta de plástico cutre en vez de ir escrutando las grandes raíces de los pensamientos racionales.

Porque hoy día se tiene más éxito con un traje  de vendebiblias y un libro firmado por el profesor, o con una sarta de palabrerías redundantes y que llegan hasta el vómito gracias a una vez más la forma cutre de adaptación por parte de España de sistemas educativos europeos (en los que se intenta equiparar las manzanas con las tiras pegajosas para atraer a las moscas que se ponen en las terrazas del caluroso verano español) donde únicamente se valora la gilipollez y el inoportunismo, cada día se van creando más gente aprovechada, gente que sólo se guía por su reconocimiento por los que ponen las calificaciones y las nóminas y no por realmente aprender algo de la asignatura o del trabajo a realizar. Porque en España se valora más un puesto fijo para el resto de tu maldita vida sellando formularios o tirando el cambio a los clientes que un fomento de un proceso de aprendizaje, desarrollo y cultura general, así como una introducción a la vida política decente, y no una puta sarta de discursos de mierda tras los cuales grandes masas de corderos aplauden al presunto pastor. Porque siempre acabo expeliendo veneno sobre la ignorancia expandida o la educación decadente, una vez más la cosa ha ido más allá del vídeo de mierda que me ha dejado con una expresión un tanto lamentable acerca de lo que le depara a este lugar que dice ser mi tierra de origen, y pido disculpas por mi continua repetición, esta vez reconocida.


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