Tercera vez que borro un par de párrafos escritos hace
apenas unos segundos. Hoy es de esos días que no escribo más que mierda.
Ese tópico del escritor frustrado, creo que se debe a lo
mismo que a la falta de inspiración que puede sufrir un pintor cuando se le encarga
el retrato más sobrio de la historia, o un músico cuando se le pide componer
una cancioncilla para el bautizo de
su primo el tonto del culo. Porque no le da la gana a su musa despertarse para
semejante mierda. Y si te encargan un libro, porque no le sale de las pelotas ponerse a escribir sin sentir el tema con todo su ser.
El ser humano se guía por determinaciones, impulsos que él
mismo va dibujando en el fondo de su alma y que de manera inconsciente terminan
floreciendo un día totalmente aleatorio. Curiosamente -y eso es de lo que más
me fascina de la mente humana- en los momentos más inoportunos es cuando la
musa se despierta y, perezosa, acaricia tu mentón susurrándote bonitas palabras
y temas auténticos para escribir. Justo, cuando tú no tienes tiempo para ella.
Y si la despiertas cuando está dormida, se enfada. Se arrebulla
y gime algún que otro insulto o frase de prórroga. Porque no le da la gana, las
cosas no funcionan así en tu mente. No es una fuente interminable y tampoco va
a salir cuando tú quieras.
Cuando me refiero a lo inoportuna que puede ser, me refiero
concretamente a situaciones cotidianas donde suelo estar rodeado de gente. En el
Metro, en el autobús, cruzando la calle, rodeado de mi familia, en cualquier
situación donde pertinentemente no tengo un teclado donde plasmarlo. Y me
limito a posponerlo, a guardarlo en un cajón temporal en mi mente y prometerme
que saldrá tan bien, tan espléndido como me lo dijo mi hermosa musa en ese
momento.
Pero la muy puta no soporta que la pospongan. Es orgullosa,
reticente y tan sólo quiere ser objeto de tu admiración. Si no estás en aquel
instante en el que te mira de esa manera, de “vamos a escribir algo tan bueno
que ni lo reconocerás cuando lo leas en un tiempo”, quiere que te arrodilles
desesperado y cojas cada una de las palabras que salen de sus labios dibujados
por un pincel tan suave que apenas se ve una correcta transición con su piel. Si
estás acostado, tumbado en la cama mirando a la nada, quiere que la mires en la
oscuridad y materialices sus susurros, y si estás en el Metro cansado del día
que has tenido, quiere que susurres en bajo mientras te pones a escribir como un
auténtico psicópata mientras las paradas se difuminan entre fuertes sonidos de máquina
parlante. Es tan suya, como lo anómalo que tú puedes llegar a ser.
Mis maravillosos tópicos, objeto de tantos escritos a lo
largo de un conglomerado de años, son siempre los mismos. Hombres atormentados,
mujeres tan hermosas de cuerpo y espíritu como inalcanzables, etéreas y
desfragmentadas en la oscuridad, una sociedad tan destruida que tan sólo quedan
gritos ahogados en la soledad, un mundo que se derrumba con cada ignorante que
suelta un tópico más en los medios de comunicación, un texto que surge de
situaciones tan absurdas como mirar a la ventana en una mañana demasiado
silenciosa y toda una serie numerada de situaciones de las que nunca he llegado
a trascender. Tal vez sea por mi pesimismo actual, porque a todo el mundo le
habrá dado por mostrar su alegría de vivir entre botellas y sonrisas opacas, o
porque simplemente hoy estoy cansada de mi forma de escribir. Mi musa yace
dormida entre los cojines, su silueta se dibuja entre los parpadeos de la luz
sacudida por la noche. Ahora me uniré a ella, abrazándole por la espalda y
acompasándome a su respiración. Seguramente me gruña que no quiere escribir,
pero hoy no me ha hecho falta para hablar de lo mucho que extraño su íntima
compañía.
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