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Esperar en un mundo que no trasciende de una puerta de mierda

viernes, 11 de abril de 2014

Época de simple ausencia

Tercera vez que borro un par de párrafos escritos hace apenas unos segundos. Hoy es de esos días que no escribo más que mierda.

Ese tópico del escritor frustrado, creo que se debe a lo mismo que a la falta de inspiración que puede sufrir un pintor cuando se le encarga el retrato más sobrio de la historia, o un músico cuando se le pide componer una cancioncilla para el bautizo de su primo el tonto del culo. Porque no le da la gana a su musa despertarse para semejante mierda. Y si te encargan un libro, porque no le sale de las pelotas ponerse a escribir sin sentir el tema con todo su ser.

El ser humano se guía por determinaciones, impulsos que él mismo va dibujando en el fondo de su alma y que de manera inconsciente terminan floreciendo un día totalmente aleatorio. Curiosamente -y eso es de lo que más me fascina de la mente humana- en los momentos más inoportunos es cuando la musa se despierta y, perezosa, acaricia tu mentón susurrándote bonitas palabras y temas auténticos para escribir. Justo, cuando tú no tienes tiempo para ella.

Y si la despiertas cuando está dormida, se enfada. Se arrebulla y gime algún que otro insulto o frase de prórroga. Porque no le da la gana, las cosas no funcionan así en tu mente. No es una fuente interminable y tampoco va a salir cuando tú quieras.

Cuando me refiero a lo inoportuna que puede ser, me refiero concretamente a situaciones cotidianas donde suelo estar rodeado de gente. En el Metro, en el autobús, cruzando la calle, rodeado de mi familia, en cualquier situación donde pertinentemente no tengo un teclado donde plasmarlo. Y me limito a posponerlo, a guardarlo en un cajón temporal en mi mente y prometerme que saldrá tan bien, tan espléndido como me lo dijo mi hermosa musa en ese momento.

Pero la muy puta no soporta que la pospongan. Es orgullosa, reticente y tan sólo quiere ser objeto de tu admiración. Si no estás en aquel instante en el que te mira de esa manera, de “vamos a escribir algo tan bueno que ni lo reconocerás cuando lo leas en un tiempo”, quiere que te arrodilles desesperado y cojas cada una de las palabras que salen de sus labios dibujados por un pincel tan suave que apenas se ve una correcta transición con su piel. Si estás acostado, tumbado en la cama mirando a la nada, quiere que la mires en la oscuridad y materialices sus susurros, y si estás en el Metro cansado del día que has tenido, quiere que susurres en bajo mientras te pones a escribir como un auténtico psicópata mientras las paradas se difuminan entre fuertes sonidos de máquina parlante. Es tan suya, como lo anómalo que tú puedes llegar a ser.


Mis maravillosos tópicos, objeto de tantos escritos a lo largo de un conglomerado de años, son siempre los mismos. Hombres atormentados, mujeres tan hermosas de cuerpo y espíritu como inalcanzables, etéreas y desfragmentadas en la oscuridad, una sociedad tan destruida que tan sólo quedan gritos ahogados en la soledad, un mundo que se derrumba con cada ignorante que suelta un tópico más en los medios de comunicación, un texto que surge de situaciones tan absurdas como mirar a la ventana en una mañana demasiado silenciosa y toda una serie numerada de situaciones de las que nunca he llegado a trascender. Tal vez sea por mi pesimismo actual, porque a todo el mundo le habrá dado por mostrar su alegría de vivir entre botellas y sonrisas opacas, o porque simplemente hoy estoy cansada de mi forma de escribir. Mi musa yace dormida entre los cojines, su silueta se dibuja entre los parpadeos de la luz sacudida por la noche. Ahora me uniré a ella, abrazándole por la espalda y acompasándome a su respiración. Seguramente me gruña que no quiere escribir, pero hoy no me ha hecho falta para hablar de lo mucho que extraño su íntima compañía.

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