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Esperar en un mundo que no trasciende de una puerta de mierda

viernes, 6 de diciembre de 2019

Todo comienza con un cigarro

Un paquete de tabaco descansaba en una mesa. Estaba doblado por el uso, se podían ver algunos cigarros asomando por uno de los dobleces de la tapa. Todos ellos aguardaban ser usados, eventualmente, con su propósito específico.

Un hombre estaba sentado mirando el paquete, o eso pretendía. A los pocos segundos se le desenfocó la mirada, y pasó a ver más allá. Pasó a tener demasiadas cosas en la cabeza, hasta el punto de formarse una película que transcurría demasiado rápido como para intentar descifrarla. Unos instantes después, alargó el brazo para coger el paquete, buscando un cigarro con movimientos automáticos. Se sacó una caja de cerillas del bolsillo, prendió una y la acercó al que ya tenía esperando entre sus labios. Inspiró profundamente, miró al techo y empañó su mirada con una oscura nube grisácea. 

Sintió el cuerpo cansado, como si el centro de la Tierra tirara de su existencia con un fuerte magnetismo. Se encontraba dando otra calada cuando desvió la mirada hacia atrás, al centro de la habitación.

Hay veces en las que uno se ve desde fuera en ciertos episodios. Tal llega a ser la desconexión de la mente con los actos, que no se llegan a recordar ciertos tramos porque se asume que no nos pertenecen. Este fue el caso que vivió Thomas cuando se encontró un cadáver en la alfombra, que estaba adquiriendo un tono terráqueo al mezclar las fibras de color con el fuerte rojo de la sangre coagulada. Cuando se dio la vuelta y vio a aquella mujer, con la mirada perdida en el abismo, sintió que alguien le había puesto con una mano invisible hacía unos minutos en ese escenario surrealista.

- Joder - musitó con el cigarro entre los labios.

Sin alterar apenas su respiración, Thomas estudió con más detenimiento la situación. El cuerpo estaba tumbado en una posición artificial, como si la hubieran forzado contra el suelo poniéndose encima. La fuente de sangre parecía venir del cuello, donde su perspectiva sentada no le terminaba de revelar el corte que tenía, pero se adivinaba por el color especialmente oscuro de la ropa y del pelo, de un color dorado en su inicio. Al llevarse de nuevo el cigarro a la boca, descubrió que sus manos estaban completamente bañadas en rojo, habiendo adquirido una textura cuarteada fruto de la sangre seca entre los pliegues de los dedos.

Ahora sí que estaba jodido.

Thomas cerró los ojos, frotándose las sienes con la mano que tenía libre, sin parecer importarle la sangre que acababa de descubrir. Intentó retroceder a un punto que tuviera claro, de ese mismo día, o de esa misma semana. Intentó recordar algún aspecto que le vinculara a ese momento.

- Qué cojones ha pasado, joder… - gimió con hastío, como si no fuera la primera vez que se encontraba en aquella situación.

- Lo has vuelto a hacer – escuchó decir a una voz. No había nadie en la habitación, tan sólo estaban él y el cuerpo de la chica, que cada vez adquiría nuevas tonalidades en el camino hacia la descomposición.

- No, no, otra vez no… - Thomas estaba cansado, quería irse a su casa y meterse en la cama, deseando que fuera una terrible pesadilla.

- Hay que salir de aquí, Tom – dijo la voz, con un tono que parecía cariñoso pero tajante. – Vamos, limpia tu rastro y sal de aquí echando hostias.

Inmediatamente después, Thomas se levantó de la silla con un nuevo aire, como si le hubieran inyectado energía y una fuerte determinación. Dejó la colilla en la mesa, al lado del paquete de tabaco, y se puso manos a la obra. En una rápida inspección del piso encontró varios trapos y un bote de lejía, que no tardó en usar en todos los elementos que pensaba que podía haber tocado. Especialmente, en el cuchillo de cocina que yacía al lado del cadáver.

Thomas mantenía una expresión impertérrita mientras realizaba la limpieza, como si hubiera sido estrictamente enseñado sobre cómo proceder para eliminar sus pasos en una escena de un crimen. Sus movimientos eran rápidos y precisos, buscando la perfección al limpiar minuciosamente el mango del cuchillo. Examinó el cadáver buscando signos de forcejeo y encontró rastros de sangre en las uñas de la mujer. Sin pararse a buscar dónde podía haberle arañado, dedicó más de veinte minutos a cortarle las uñas y limpiar todo posible rastro orgánico de las mismas, gracias a un kit de manicura que encontró en un neceser, dentro de un armario del baño.

Una hora después, Thomas miró satisfecho el escenario final tras su tarea. Cogió su paquete y lo metió en el bolsillo de su chaqueta, que había estado todo este tiempo colgada en la silla. Intentó repasar algún detalle de los eventos que pudiera darle pistas sobre si se dejaba algún cabo suelto, pero sólo tenía imágenes en negro sobre esta última semana, sacudiendo la cabeza con insistencia en la búsqueda de mayor claridad.

Abrió la puerta de la casa y cerró con cuidado, tratando de no hacer ruido. Tras reorientarse brevemente, bajó las escaleras del cuarto piso, hasta que salió a la calle. Debía ser de madrugada, porque el sol acababa de asomarse por los edificios con un tono anaranjado y tan sólo había un barrendero limpiando la acera de enfrente con parsimonia. Thomas se ajustó la chaqueta y eligió un sentido de la calle, concluyendo que se terminaría orientando en algún momento.

Fue así como Thomas comenzó un nuevo capítulo del que nunca terminaría de salir.

domingo, 17 de noviembre de 2019

Cold

Un día más, el contador se activa para retroceder hasta el cero. Un nuevo día, vuelta a empezar.

Al principio era divertido, un mundo virgen para empezar a ensuciar con mis experimentos. Frases fuera de lugar, miradas indiscretas, viendo las caras descolocadas de la gente que no esperaban mis impertinencias.

Poco a poco, te acostumbras al día de la marmota, y cada día no deja de ser un nuevo reto para salir de la normalidad de no tener nada asegurado, hasta convertirse en una película con pequeños bonus tracks escondidos entre una y otra edición.

Y con cada edición, siento que pierdo habilidades.

Siento que no termino de entender a la gente, y que tampoco parecen entenderme a mí.
Como si, poco a poco, empezara a hablar un idioma completamente distinto al local.

No sé si fue antes la gallina o el huevo, pero parece ser que se ha trasladado a mis emociones. He perdido toda habilidad de saber por dónde salir, y de repente encontrarme con situaciones absurdas que tengo que justificar ante la sociedad.

Tu jefe, tu compañero, tu amigo, tu padre. Figuras que se disocian y con las que pierdes el control indistintamente.

Todo se va a la mierda, y sólo puedo editarlo, para darle aún más drama.

Escala de drama, del 1 al 10. Ya no bajo del 8.

Por qué ya no me salen escenas de una sociedad encapsulada con principio y final.

Porque mi vida ha ganado en rutina, y perdido en arte.

Y no parece importarme ni a mí, ni al resto del mundo.

martes, 16 de julio de 2019

Lapso


Me gusta cuando llego a casa, porque me invade el silencio.

Avanza, despacio, y pone la pesada manta sobre mis hombros.

Y se siembra la oscuridad.

Parece que al día siguiente brillará el sol de verano, de cuando era niña y la vida no tenía un objetivo específico a seguir, un punto más a cumplir en la complicada lista que vamos escribiendo con los años.

Parece que me volveré a despertar entre esas sábanas que acariciaban mis sueños en vela, que me susurraban que un nuevo día me depararía increíbles relatos, que luego escribiría por las noches.

Cuando mis pasiones se encontraban en un jardín, un libro y un sinfín de palabras.

Y de repente, vuelve la oscuridad y suena la alarma.

Vuelta a empezar.