Aquel día la cafetería estaba repleta de esa clase de gente
que, por motivos desconocidos, les da por salir en un día que saben perfectamente
que va a llover y posiblemente no puedan ir a ningún sitio, y sin embargo,
salen, en busca de un techo mejor que el de su casa donde leer el periódico,
tomarse el mismo café (o peor, valga decir), o simplemente convivir en un
microclima de sociedad.
Me puedo identificar con esa clase de personas que les
gustan los días “turbios”, esos de cielos encapotados y un aire nostálgico;
seguramente vendrá de mi preferencia por la soledad en estos días desde la
infancia, o tal vez me haya dado ese pandémico aire de camisa de cuadros y una
apariencia de hipócrita reflexión en sus miles de fotografías… que no!
Sí, aquel día estaba sola, leyendo una novela que promete
más por su amplitud que por su contenido, y cuya escritura no es especialmente
reveladora, pero que decides leértela por eso de que el siguiente libro te sepa
mejor en comparación (no es lo normal… ¿verdad?), como una especie de baremo
con el que siempre el siguiente será mejor… es igual, no es el argumento de la
historia. Simplemente estaba sola, en mi mesa, a mi quehacer, cuando el
murmullo atmosférico de la sala se vio atenuado por un par de voces orientadas
en la esquina poco iluminada de la cafetería.
En aquel recóndito cruce de paredes se encontraban dos
individuos enfrentados. Como era de esperar, la espalda del oyente no me dijo
gran cosa, sino que la especial relevancia la ostentaba el personaje que no
dejaba de parlotear. Parlotear, bramar, ladrar, mugir, cualquier tipo de
onomatopeya o calificativo despectivo que realce mi especial sensación de
vómito al dejar que sus palabras llegaran, de algún modo pasivo, a mi oído.
Y es que lo curioso era que, a pesar de que llevaría, desde
que empecé a oír forzada, cerca de un cuarto de hora hablando, no
dijo absolutamente nada. Desde pequeño te enseñan a subrayar los textos
y sacar un “tema”, la idea esencial concentrada en un par de líneas, y que te
ayuda luego a desarrollar el texto… pues este hombre no dijo absolutamente nada
en lo que sería un monólogo trascrito en unas 3 o 4 páginas. Son gente fácil de
reconocer, por el simple hecho de que te quedas igual cuando hablan. No sé si
al resto del mundo les molesta tanto
como a mí, pero de verdad… me ponen de los nervios.
Los más graciosos –por decirlo de alguna manera- son los que
hablan por hablar creyendo que están diciendo algo realmente interesante,
revelador o merecedor de un halago por su ingenio y cultura. Antes, al menos
para mí, las personas eran esferas introvertidas que ibas descubriendo poco a
poco, extrayendo los aspectos interesantes de su vida. Hoy, gran parte de la
población que tiene medios y modos de ser culto e instruido, es fachada, por
ser genial, por cumplir, por aparentar algo que nunca han intentado ser. Yo lo
reconozco, no tengo muchísimo que ofrecer. No canto como un ángel, no bailo
como una diosa y mucho menos tengo un talento oculto en los instrumentos. Lo único
a lo que me aferro desde siempre han sido los libros, los que he engullido,
vuelto a engullir y saboreado años después con aires de nostalgia, y los nuevos
que airean mis oxidadas técnicas para escribir. Eso mismo que leo y releo hasta
que, más o menos, lo califico como pasable viniendo de mis pulsaciones en el
teclado.
A lo que iba, esta clase de individuos no se reconocen (o
eso espero, porque hay que tener huevos) ni esperan hacerlo hasta que les
preguntan en su esencia sobre un tema del que habrán estado hablando como un
papagayo durante media hora, con abuso del polisíndeton, oraciones subordinadas
relativas (cada vez las uso menos por puro conductismo) introducidas por una
cantidad reiterativa de nexos con la intención de “explicar”. Explicar…
realmente me pregunto si es posible explicar sin saber, es pura contradicción.
Hoy me quito el sombrero y las ganas de escribir, porque
simplemente estoy harta de una clase de gente que se expande y se expande,
educando a generaciones sobre pilares tan poco sólidos como sus propios
conocimientos. Si no lo sabes, lo buscas, te informas, estudias y ya después argumentas, pedazo de
ignorante de mierda. Estoy harta de discutir con gente que corre cortinas de “su
opinión” cuando se habla de temas serios, donde o te mojas con inteligencia e
investigación o te quedas en la orilla como mero espectador, que no hay
variedad de opiniones como los temas deontológicos o simplemente morales, sino
que es una cuestión de raciocinio, de lógica, de pensar una fracción de tiempo
tras escuchar una explicación neutral.
Y si intentas explicarlo neutralmente (teniendo en cuenta mi
excesiva pasión en las explicaciones), te tachan de pedante o intolerante. Gente
que tiene un puto catálogo de respuestas patéticas y que te dejan peor que
antes, incluso un poquito más ignorante (como la televisión de mierda, la única
que hay en España prácticamente en lo que se refiere a televisión pública o
privada). Gente que no reconoce tu mérito en algo porque no le gusta, porque no
quiere probarlo o porque no le sale del soberano nabo (aunque eso no te lo
dicen eh, para eso está el catálogo) y espera que le tires rosas por su
dedicación a algún sector de lo que ellos consideran arte, hobby, afición,
oficio, dedicación. Me pierde la impotencia.
Y ahí seguía hablando el hombre eh, como si le estuvieran
apuntando con un calibre 38 en la nuca para que soltara todo lo que le surgiera
por la cabeza, sin procesar, sin tratar, sin contrastar con la maldita
realidad. Que yo sólo pido la Wikipedia por dios, que no pido más xD.
Creo, en esencia, que cada vez nos obcecamos más por no ver.