Esos días en que el mundo grita en silencio. Cuando quieres
escuchar y no oyes nada. Salvo a ti. Tu eterno compañero. Hasta el fin de tus
días.
He perdido un pedazo de mí por el camino. Lo siento, siento
su ausencia. Acaricio la marca que me ha dejado, como una dentellada. La acaricio
y todos los recuerdos vuelven en ráfagas. Voces, risas, frases congeladas. Ahora
sin sentido. Vacías.
La reconfortante sensación de enterrar tu cara entre tus
manos y soltar un llanto desgarrador. Soltarlo todo, oírte sufrir. Y sentirte
mal. Querer abrazarte, ayudarte y decirte que todo saldrá bien. Que un día
vendrá ese que llaman tiempo y que de alguna manera maravillosa cubrirá esos
amargos recuerdos de un borroso manto. Traslúcido, nunca opaco, siempre
presente. Ojalá se hubiera llevado eso y no ese pedazo de mí.
Me río al pensar qué mierda me deparará ahora la vida. Si tiene
otra de estas preparadas, guardadas en un cajón lista para ser estampada en mi
cara. Cuando vaya andando por la calle, sin destino fijo, y de repente me
suelte el ostión. De esos que te obligan a recuperar el equilibrio, que te
quedas como gilipollas porque no lo habías visto venir. A ver cuándo cojones me
va a soltar otra de estas.
A lo mejor no debería confiar en nadie. Sería la opción
fácil, ¿No? No volver a entregar tu corazón. Ese que ahora lo tengo frío,
cubierto de escarcha, que sólo suspira un par de palabras al día entre un mar
de sufrimiento. A lo mejor debería aislarlo del mundo para que no vuelva a
sufrir. Sería lo justo, porque no se merece nada de lo que le ha tocado vivir.
Igual debería dejarme llevar, inerte sobre una corriente que
no se para a pensar en mis problemas. Flotar como me encantaba hacer en la
piscina de mi amiga, con el suave sonido del agua como banda sonora. Igual encuentro
nuevos lugares en los que olvidar mis pensamientos y despedirme de mi puta
soledad. Y mientras tanto, dejar que mi corazón se cure él solo con ese al que
llaman tiempo.
Jamás me sentí preparada para afrontar esto. Touché, igual
me lo merecía por imbécil.