Justo aquella noche, tu piel se decidió por brillar más que
nunca.
Tal vez fuera la luz de la luna sobre la almohada, reflejada
en el espejo del otro lado de la habitación, reflejada en tus ojos, pero
aquella noche parecías un ángel traído desde el rincón eterno del universo.
Imágenes que te recuerdan que estás vivo, que sientes,
tocas, hueles… aquella noche estaba embriagado por ti. Por tus latidos, por
todo tu ser a mi lado. Tal vez fuera la euforia, la ansiedad por ser la única
noche, pero sé que bebí de tu piel como un andante en el desierto tras días de
sequía y que me derretí entre tus manos y tus labios como aquel hielo que se
queda a la luz del sol en el suelo de la terraza en pleno verano, que me
integré como uno solo en tus sonidos, en tu respiración. Tan sólo quería estar
siempre a tu lado.
Y hoy, no estás.
Esa frase, curiosamente, es lo único que permanece de ti.
Mi pierna me lo recuerda, se retuerce y quema en tu
ausencia. Me recuerda que estoy vivo, que siento, que me duele y que me muero
con el paso de los años sin ti. Odio mi respiración y mis latidos porque no
estás para escucharlos, porque yo no puedo escuchar los tuyos. Me odio por no
tenerte, por recordarte y recordármelo, por ansiar tu presencia y tan sólo
expirar con ansiedad, con anhelo, con un último gemido antes de caer abatido
por el sufrimiento. Estoy cansado de esperarte.
Tú querías una casa en la Toscana, entre los viñedos y
cultivos interminables. Querías tender las sábanas blancas mientras la ligera
brisa de verano acariciaba tus mechones desenfadados, y querías que yo llegara,
te oliera, que acariciara, mi cara con tu cara, y que te besara como siempre te
besaba, como si te fueras a ir en cualquier minuto. Vivías, en el fondo, de mi
desesperación por tenerte. Y yo no hacía nada para evitar ese sufrimiento.
Te quería, te amaba y hoy día te amo. Nunca me prometiste
nada de eso, pero yo soñaba con levantarte y llevarte a la habitación con la
que siempre soñaste. Sumergirme en tu pelo, escuchar a tu propio cuerpo guiarme
hasta la habitación más secreta y escondida, de esa de la que tú no tienes
llave. Entrar, cerrar suavemente, sentarme en un sillón y escucharte hasta
quedarme dormido, hasta que tú te acabaras durmiendo en la unión de mi brazo
con mi pecho. Hasta que te quedaras dormida con esa cara en la que se esbozaba
una sonrisa recién traída del subconsciente.
Dada mi lógica, soy de los que creen que hay alguien
especialmente creado para nuestro cuerpo. Alguien que reacciona, que pasea por
los laberintos que forman los arbustos del jardín de tu inconsciente. Que se
sienta, permanece, se enraíza hasta no poder levantarse. Y, poco a poco,
imposible decir cada cuánto, se va cubriendo por una y otra capa de piedra,
costumbre, sumisión, dependencia, amor, necesidad, hasta poder llegar a quedar
en apenas una expresión pétrea.
Tú fuiste mi ángel, mi ser, mi mundo entero. Soy capaz de
adivinarlo porque de todas fuiste la única que me hizo suspirar cuando
sonreías. Joder, tan cerca que te tuve y lo poco que me decidí a apreciarte. Nunca
jamás sería suficiente, porque al final te acabé perdiendo. Porque al final
acabé, simplemente, vacío.
La gente lo supera sabes, pasa página y sigue con sus vidas.
Se vuelven a levantar por las mañanas y siguen andando y cogiendo trenes sin
rumbo durante el resto de sus años, durante el resto de sus latidos y
respiraciones. Ojalá, por todo lo que alguna vez tuve, que me hubieras dejado
como a un loco más, sin conocerte. Que me hubieras librado de este pungente
sufrimiento. Que nunca te hubiera visto leer en aquella hamaca con el sol
irradiando sobre tu pelo color miel. Que nunca te hubiera besado, acariciado la
espalda con ese suave vestido que llevabas los días de sol… que nunca te
hubiera hecho gemir de aquella forma tan magistral. Joder, cuanto más lo
pienso, más me sumerjo en mi locura, mi
locura, porque al fin y al cabo es lo único que puedo decir que es mío.
A la mierda mi casa, mi coche, mis propiedades. Quiero tus
ojos y tu forma de mirar al mundo, tu forma de coger las naranjas en el mercado
y buscar algo que nunca supe qué. Quiero ser tuyo, estoy cansado de mi piel de
tortuga derrotada. Quiero abrazarte por las noches, dios, eso es lo que más
anhelo. Un último brindis por ti, una última balada por lo que fuimos, una
última elegía por lo que quise que fuéramos.