-

Esperar en un mundo que no trasciende de una puerta de mierda

lunes, 26 de septiembre de 2016

Que no, que todo es mentira

Cuando pensé que habían pasado tantos años que su propio peso había depositado una gruesa capa de cemento sobre mis recuerdos, de pronto vino un “Seguro que le hubiera encantado conocer todo esto que estoy viendo”. Así, de repente, una bofetada fría e inesperada que me llegó al puto corazón, estrujándolo. Los ojos se me cubrieron de lágrimas con el sólo pensamiento, una suave voz que me sugirió la situación tan entrañable que hubiera vivido con ella. Me falta el aire, siento que he perdido cualquier forma de vivir que no sea bajo la sombra de su recuerdo, y eso me mata. El dolor no disminuye, se esconde, se va a dormir un tiempo, pero nada garantiza que una cruda mañana de café y cigarro, o una noche a la luz de una lámpara arropado por una melodía de piano, se acerque y te abrace, se introduzca en cada uno de tus poros y llegue hasta lo más profundo de tu ser, arrasando con toda aquella esperanza de que algo fuera a cambiar.

He cambiado, sí, porque no ha habido otra forma de seguir. Porque no puedo salir a la calle y no confundir el pelo ondeante de una chica que pasa con prisa con el suave movimiento de cabeza que hacías cuando te inclinabas hacia atrás en una ruda e íntima carcajada. Porque no puedo poner una cafetera sin sacar dos tazas, porque el pulso no me deja de temblar cada vez que las cortinas simulan por un breve instante tu silueta sentada ante la ventana. Nada ha desaparecido, la vida sigue igual, y hago todo lo posible por no caer presa del pánico que me abruma cada vez que ansío tu vuelta, así que cubro todas mis puñeteras emociones con una gran capa de conformismo.

Cuando uno se enamora, se siente como un arma de doble filo: de un lado, la euforia de poder compartir tu vida con alguien, confesar cada una de tus viles manías y recónditos secretos, poder ser tú mismo sin importarte qué piense en qué momento si no es bajo el sentimiento general del cariño y deseo. De otro lado, el temor a que todo aquello que has dado haya sido un error, y te encuentres solo, desnudo y sin uno de tus secretos a salvo, con un pedacito menos de vida en manos de otra persona, que se lo llevará a su otro amor y lo integrará en su pasado. Sólo un necio se preocupa de aquello que no puede controlar, y aun así uno no puede evitar pensar en esas situaciones en esos momentos en los que cada uno parece de un planeta.


Supongo que ese es el precio de abandonar la razón y abrazar tus deseos más puros, conseguir aquello que anhelas y permanecer ahí, durante el mayor tiempo posible. Ser tú mismo durante unos gloriosos años hasta que una fuerza fortuita se lo lleva todo, te da una paliza y te quedas desnudo en la calle sin nada ni nadie a quien aferrarse. Qué fácil es decir “levántate”, pensar que hay otra oportunidad que merezca la pena, y obviar el camino más tentador que es el de la soledad teñida de rencor y resentimiento. Renegar de la humanidad y fiarse de uno mismo, cuando la mente no está obnubilada con anestésicos varios. Confiar en que únicamente de esta manera no volveremos a sufrir, y permanecer el resto de nuestras vidas imaginándonos aquello que nunca estuvo pensado para nosotros.