Huele a mojado, pero no me importa. Las calles se tiñen de
un azul lúgubre que abraza las farolas y recorre sinuosamente las grandes
pilastras. La mampostería adquiere tonos más allá de su burdo origen, y me
traslado a lugares donde las palabras eran el pasaje hacia cualquier corazón.
Supongo que si me dedico a anhelar, sólo soy un bohemio. De esos
que miran con nostalgia el correteo patizambo de los niños pequeños, cuando
sólo se pensaba en las cosas desde la buena fe. Luego te haces mezquino, enrevesado,
si no el mundo te la clava por detrás. Y joder, cómo duele la primera vez que
te dan la espalda, que te miran con despecho, que te dan un último adiós. Ojalá
mis lágrimas en ese momento fueran de tristeza en vez de humillación.
La verdad es que si tuviera que enseñarle algo a un niño
pequeño e ilusionado, ignorante por naturaleza e innato de bondad, sería que no
confiara en nadie, y así se llevaría sorpresas en vez de desilusiones. Que no
buscara la verdadera felicidad entre las copas, ni entre las piernas de las
mujeres, que esperara al momento perfecto, que no se precipitara, que las
acogiera en sus brazos hasta que se sintieran seguras. Y que, cuando encuentre
a la suya, la que fue creada para él, que la protegiera con su vida, que no la
dejara escapar. Maldita sea, sobre todo esa última frase. Porque no es verdad que
si se va es que no era la verdadera, puede estar en una maldita librería y que
tú estés en el pasillo equivocado, o en el vagón contiguo porque aquel día
llegabas tarde al tren, o en el asiento dos o tres veces por delante porque no
querías que te viera el profesor ciego y ofuscado que no vislumbra más allá de
veinte alumnos. Puede estar en cualquier parte, y del mismo modo se puede ir de
tu vida sin que te inmutes.
Y si no la encuentras… andarás como yo, eso es lo que le
diría. Que se convertiría en un hombre engabardinado que va cubierto de frío con aire impertérrito cuando realmente ninguna mujer yacerá en sus brazos como lo hizo
ella. Que a él le rompieron el corazón y por su alma que nunca dejará que se
curen las heridas. Porque él es así, autodestructivo, imperfecto. El alma
bohemia, vivir en la angustia es lo que crea el maldito arte. Trascender de la
realidad, de los vasos de cristal, de las líneas rectas y los colores sin
mezclar. Vivir con una herida, con un fantasma deambulante sobre sus hombros. Vivir
con ese peso, con esa carga que esgrime las palabras perfectas de los tomos
encuadernados, los colores perfectos de un lienzo digno de admiración, las
notas especialmente ordenadas para que se pueda oír un llanto en los silencios.
Eso es, le diría, lo que conlleva ser un alma errante.
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