-

Esperar en un mundo que no trasciende de una puerta de mierda

domingo, 7 de octubre de 2012

Lo que sea, menos ser yo

De nuevo me encuentro a mí mismo en una de las mesas apartadas, en esas cafeterías antiguas donde te ponen un desayuno contundente y una comida que permite que pasen las horas entre sus butacas. Luego un café, lo que sea. Lo posible para poder estar allí mientras llueve fuera.

Huele a mojado, pero no me importa. Las calles se tiñen de un azul lúgubre que abraza las farolas y recorre sinuosamente las grandes pilastras. La mampostería adquiere tonos más allá de su burdo origen, y me traslado a lugares donde las palabras eran el pasaje hacia cualquier corazón.

Supongo que si me dedico a anhelar, sólo soy un bohemio. De esos que miran con nostalgia el correteo patizambo de los niños pequeños, cuando sólo se pensaba en las cosas desde la buena fe. Luego te haces mezquino, enrevesado, si no el mundo te la clava por detrás. Y joder, cómo duele la primera vez que te dan la espalda, que te miran con despecho, que te dan un último adiós. Ojalá mis lágrimas en ese momento fueran de tristeza en vez de humillación.

La verdad es que si tuviera que enseñarle algo a un niño pequeño e ilusionado, ignorante por naturaleza e innato de bondad, sería que no confiara en nadie, y así se llevaría sorpresas en vez de desilusiones. Que no buscara la verdadera felicidad entre las copas, ni entre las piernas de las mujeres, que esperara al momento perfecto, que no se precipitara, que las acogiera en sus brazos hasta que se sintieran seguras. Y que, cuando encuentre a la suya, la que fue creada para él, que la protegiera con su vida, que no la dejara escapar. Maldita sea, sobre todo esa última frase. Porque no es verdad que si se va es que no era la verdadera, puede estar en una maldita librería y que tú estés en el pasillo equivocado, o en el vagón contiguo porque aquel día llegabas tarde al tren, o en el asiento dos o tres veces por delante porque no querías que te viera el profesor ciego y ofuscado que no vislumbra más allá de veinte alumnos. Puede estar en cualquier parte, y del mismo modo se puede ir de tu vida sin que te inmutes.

Y si no la encuentras… andarás como yo, eso es lo que le diría. Que se convertiría en un hombre engabardinado que va cubierto de frío con aire impertérrito cuando realmente ninguna mujer yacerá en sus brazos como lo hizo ella. Que a él le rompieron el corazón y por su alma que nunca dejará que se curen las heridas. Porque él es así, autodestructivo, imperfecto. El alma bohemia, vivir en la angustia es lo que crea el maldito arte. Trascender de la realidad, de los vasos de cristal, de las líneas rectas y los colores sin mezclar. Vivir con una herida, con un fantasma deambulante sobre sus hombros. Vivir con ese peso, con esa carga que esgrime las palabras perfectas de los tomos encuadernados, los colores perfectos de un lienzo digno de admiración, las notas especialmente ordenadas para que se pueda oír un llanto en los silencios. Eso es, le diría, lo que conlleva ser un alma errante.

No hay comentarios:

Publicar un comentario