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Esperar en un mundo que no trasciende de una puerta de mierda

sábado, 24 de agosto de 2013

Buen café para cuarenta minutos de verborrea

Os presento a la Ester del pasado.

Cada cierto tiempo, y con distintos aspectos de mi vida, ocurre que tengo esas ganas de revivir esas experiencias pasado cierto tiempo. Mi afición –por llamarlo de alguna manera- de volver a vivir esos momentos, creo que la adquirí cuando era una niña. El primer libro que me releí fue La historia interminable, y de ahí siguieron las otras seis veces.

El año pasado, tras unos diez años sin tocar el libro (joder, que ya tengo veinte), volví a acariciar sus páginas bicolor entre mis manos. Ese aroma que lo habré respirado mil veces, esa sensación extraña al volver a desentrañar la inscripción al revés de la primera página. Ese, fue el libro de mi infancia-adolescencia primeriza.

Aquella última vez que lo leí, creí percibir más aspectos de los que tenía en la memoria, pero a su vez se veían magnificados por extrañas reacciones en mi subconsciente. Jamás una araña gigante me había infundado tanto temor, o el respeto que le profería a aquel centauro bicentenario, o la predilección y confianza en el propio ÁURYN. Esto me puede sugerir que de pequeños vemos el mundo con unas lentes increíblemente aumentadas (ignorando la ironía de mis cinco dioptrías) que nos ofrecen un mundo distorsionado, exaltado en ciertos aspectos, y que puede que nos determinen en una gran faceta de nuestra personalidad.

Heme allí, en el tren traqueteante, con el sol atravesando la parte este de las ventanas, con las piernas encogidas y apoyada en un respaldo de otro sillón. Han cambiado tantas cosas desde entonces, pero sinceramente, fue como leer un libro revestido de un encantamiento o hechizo brutal.
Lo mismo me ha pasado con otros libros, donde tengo que nombrar por excelencia a Carlos Ruiz Zafón. Michael Ende me enseñó los límites difuminados y fácilmente transitables de la imaginación mediante personajes imposibles y sucesos simplemente fantásticos, pero Zafón me enseñó la belleza auténtica de las palabras. Unos por un lado, y otros por otro, y es por esto por lo que no se puede comparar a Follet con Poe (aunque algunas engreídas lo vayan gritando como cotorras alienadas por una sola gota de cultura), narrativa con retórica, simplemente incomparables. De pequeña me paseaba por la biblioteca cuando mi padre nos llevaba a mi hermana y a mí, y yo subía  a la segunda planta, y me paseaba por entre los libros de adultos buscando el más grande de todos. Precisamente por Ende, me gustaban las historias interminables, que me tuvieran ensoñada durante días y días seguidos, que no pudiera dejar de leer y que un día me encerrara en el sótano de mi colegio y me refugiara con una manta y apenas un bocata y una manzana para pasar unos días leyendo hasta terminar (mi colegio no tenía sótano, por desgracia). Gracias a este criterio de selección encontré al Príncipe de los ladrones, que me llamó la atención dentro de la literatura juvenil, pero especialmente conocí a Ken Follet. Un hombre tan prolífico como exhaustivamente documentado, una novela con una gran base histórica sobre la que desarrollar sus dramas, me tuvo desde siempre absorbida. 

Aunque fue años más tarde cuando descubrí que le ponían muy cachondo las pelirrojas en sus siguientes libros.

El caso –es evidente que me disperso en esta materia- es que hay libros que sólo se pueden leer en determinados intervalos de edad para sentir lo mismo. Por eso considero tan importante releer una buena obra, porque te suscita otras sensaciones, otros sentimientos. Es lo que me decide a darle a mi hijo del futuro La historia interminable cuando sea el momento exacto, y ver si desencadena en lo mismo. Simplemente pienso que mi pasión por los libros fue infundada, y para ello tiene que haber un detonante.

He de decir que tanto la literatura como los simples dibujos animados han cambiado. De pequeña madrugaba (no exagero, a las siete de la mañana) para ver los dibujos. Y no sé si el problema es suyo o es mío, pero con los de hoy día no siento lo mismo. Lo que me divirtió Las supernenas no se puede comparar con las mierdas en 3D de hoy, lo siento (y por favor, metamos a Bob Esponja y Hora de Aventuras en el cajón de “dibujos especialmente para los no-niños”, porque son demasiado brutales xD). No sé, puede que sea cosa mía.

Mucha gente no sabe el verdadero valor que tiene continuar con la palabra, y reformarla a tu gusto para las siguientes generaciones. Y no lo digo en un sentido dictatorial, puesto que en algún momento el niño tiene que valerse por sí mismo y aprender a seleccionar contenido, y es precisamente por eso por lo que es tan importante  encender esa llama por la cultura antes de que no haya opción y se inicie el Modo Automático. Criar a un hijo puede ser algo relativamente fácil, pero también puede ser un auténtico lienzo donde en el futuro se hará una obra de arte. Ahora estamos hablando de la Ester del futuro.

Está bien, estudio Derecho y Administración de Empresas, hasta yo misma digo que no da mucho rango al arte o expansión sensorial. Lo reconozco, pero podemos decir otra vez que son dos campos distintos. La verdad es que hasta que no he dado auténtica materia en Derecho no me he dado cuenta de que soy terca, y soy tan terca que muchas veces la arrogancia se levanta del sillón y también habla –medio ebria, mi arrogancia siempre está ebria porque habla sin pensar- y empiezan a discutir en mi cabeza que trata de defender lo que piensa. Defender, y hacerlo por encima de todo. Porque cree que está en lo cierto, y he de suponer que en un campo tan taxativo y a la vez tan variable como el Derecho puede bailar a sus anchas. La faceta asquerosa y a la vez más cierta, es que no todo el mundo piensa como debería ser, y con esto me refiero a la más básica moral.

Temo el día en el que me den la torta en la cara. Ya sabéis, el día en el que la justicia no esté de mi lado y realmente tenga que afrontarlo. Soy tan terca como moralista, y cuando una persona te pregunta lo típico de ¿defenderías a un asesino? Nunca soy capaz de responderle completamente segura de que esté respondiendo bien, porque puede que la Ester del futuro me contradiga. He ahí mi dicotomía.


Bueno, aquí queda un poquito de todo. Buen café para cuarenta minutos de verborrea.

1 comentario:

  1. Hola de nuevo (ya te puse un comentario antes). Yo también he pasado por esa experiencia, pero fue con el libro "El nombre de la rosa". Y es cierto.
    Mi sugerencia de veterana de la vida es que te la descompliques, antes de que te des cuenta de que casi todo es más sencillo.
    Con respecto a la pregunta ¿defenderías a un asesino? creo que está mal planteada, pues, en realidad, tú no estás defendiéndole a él, sino a su derecho a ser defendido con todos los instrumentos legales a tu alcance.

    Dicen que un general americano, al frente de tropas estacionadas en oriente medio, al ser preguntado por su derecho a juzgar y matar a los enemigos, respondió: "Sólo Dios puede juzgarlos, cuando lleguen ante Él... mi trabajo es ponerlos en contacto para que eso suceda cuanto antes".

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