Os presento a la Ester
del pasado.
Cada cierto tiempo, y con distintos aspectos de mi vida,
ocurre que tengo esas ganas de
revivir esas experiencias pasado cierto tiempo. Mi afición –por llamarlo de
alguna manera- de volver a vivir esos momentos, creo que la adquirí cuando era
una niña. El primer libro que me releí fue La
historia interminable, y de ahí siguieron las otras seis veces.
El año pasado, tras unos diez años sin tocar el libro
(joder, que ya tengo veinte), volví a acariciar sus páginas bicolor entre mis
manos. Ese aroma que lo habré respirado mil veces, esa sensación extraña al
volver a desentrañar la inscripción al revés de la primera página. Ese, fue el
libro de mi infancia-adolescencia primeriza.
Aquella última vez que lo leí, creí percibir más aspectos de
los que tenía en la memoria, pero a su vez se veían magnificados por extrañas
reacciones en mi subconsciente. Jamás una araña gigante me había infundado
tanto temor, o el respeto que le profería a aquel centauro bicentenario, o la
predilección y confianza en el propio ÁURYN. Esto me puede sugerir que de
pequeños vemos el mundo con unas lentes increíblemente aumentadas (ignorando la
ironía de mis cinco dioptrías) que nos ofrecen un mundo distorsionado, exaltado
en ciertos aspectos, y que puede que nos determinen en una gran faceta de
nuestra personalidad.
Heme allí, en el tren traqueteante, con el sol atravesando
la parte este de las ventanas, con las piernas encogidas y apoyada en un
respaldo de otro sillón. Han cambiado tantas cosas desde entonces, pero
sinceramente, fue como leer un libro revestido de un encantamiento o hechizo
brutal.
Lo mismo me ha pasado con otros libros, donde tengo que
nombrar por excelencia a Carlos Ruiz Zafón. Michael Ende me enseñó los límites
difuminados y fácilmente transitables de la imaginación mediante personajes
imposibles y sucesos simplemente fantásticos, pero Zafón me enseñó la belleza
auténtica de las palabras. Unos por un lado, y otros por otro, y es por esto
por lo que no se puede comparar a Follet con Poe (aunque algunas engreídas lo
vayan gritando como cotorras alienadas por una sola gota de cultura), narrativa
con retórica, simplemente incomparables. De pequeña me paseaba por la
biblioteca cuando mi padre nos llevaba a mi hermana y a mí, y yo subía a la segunda planta, y me paseaba por entre
los libros de adultos buscando el más grande de todos. Precisamente por Ende,
me gustaban las historias interminables, que me tuvieran ensoñada durante días
y días seguidos, que no pudiera dejar de leer y que un día me encerrara en el
sótano de mi colegio y me refugiara con una manta y apenas un bocata y una
manzana para pasar unos días leyendo hasta terminar (mi colegio no tenía
sótano, por desgracia). Gracias a este criterio de selección encontré al Príncipe de los ladrones, que me llamó la
atención dentro de la literatura juvenil, pero especialmente conocí a Ken
Follet. Un hombre tan prolífico como exhaustivamente documentado, una novela
con una gran base histórica sobre la que desarrollar sus dramas, me tuvo desde
siempre absorbida.
Aunque fue años más tarde cuando descubrí que le ponían muy
cachondo las pelirrojas en sus siguientes libros.
El caso –es evidente que me disperso en esta materia- es que
hay libros que sólo se pueden leer en determinados intervalos de edad para
sentir lo mismo. Por eso considero tan importante releer una buena obra, porque
te suscita otras sensaciones, otros sentimientos. Es lo que me decide a darle a
mi hijo del futuro La historia
interminable cuando sea el momento exacto, y ver si desencadena en lo
mismo. Simplemente pienso que mi pasión por los libros fue infundada, y para
ello tiene que haber un detonante.
He de decir que tanto la literatura como los simples dibujos
animados han cambiado. De pequeña madrugaba (no exagero, a las siete de la
mañana) para ver los dibujos. Y no sé si el problema es suyo o es mío, pero con
los de hoy día no siento lo mismo. Lo que me divirtió Las supernenas no se puede comparar con las mierdas en 3D de hoy,
lo siento (y por favor, metamos a Bob
Esponja y Hora de Aventuras en el
cajón de “dibujos especialmente para los no-niños”, porque son demasiado
brutales xD). No sé, puede que sea cosa mía.
Mucha gente no sabe el verdadero valor que tiene continuar
con la palabra, y reformarla a tu gusto para las siguientes generaciones. Y no
lo digo en un sentido dictatorial, puesto que en algún momento el niño tiene
que valerse por sí mismo y aprender a
seleccionar contenido, y es precisamente por eso por lo que es tan
importante encender esa llama por la
cultura antes de que no haya opción y se inicie el Modo Automático. Criar a un
hijo puede ser algo relativamente fácil, pero también puede ser un auténtico
lienzo donde en el futuro se hará una obra de arte. Ahora estamos hablando de la Ester del futuro.
Está bien, estudio Derecho y Administración de Empresas,
hasta yo misma digo que no da mucho rango al arte o expansión sensorial. Lo reconozco,
pero podemos decir otra vez que son dos campos distintos. La verdad es que
hasta que no he dado auténtica materia en Derecho no me he dado cuenta de que
soy terca, y soy tan terca que muchas veces la arrogancia se levanta del sillón
y también habla –medio ebria, mi arrogancia siempre está ebria porque habla sin
pensar- y empiezan a discutir en mi cabeza que trata de defender lo que piensa.
Defender, y hacerlo por encima de todo. Porque cree que está en lo cierto, y he
de suponer que en un campo tan taxativo y a la vez tan variable como el Derecho
puede bailar a sus anchas. La faceta asquerosa y a la vez más cierta, es que no
todo el mundo piensa como debería ser,
y con esto me refiero a la más básica moral.
Temo el día en el que me den la torta en la cara. Ya sabéis,
el día en el que la justicia no esté de mi lado y realmente tenga que
afrontarlo. Soy tan terca como moralista, y cuando una persona te pregunta lo
típico de ¿defenderías a un asesino? Nunca
soy capaz de responderle completamente
segura de que esté respondiendo bien, porque puede que la Ester del futuro
me contradiga. He ahí mi dicotomía.
Bueno, aquí queda un poquito de todo. Buen café para
cuarenta minutos de verborrea.
Hola de nuevo (ya te puse un comentario antes). Yo también he pasado por esa experiencia, pero fue con el libro "El nombre de la rosa". Y es cierto.
ResponderEliminarMi sugerencia de veterana de la vida es que te la descompliques, antes de que te des cuenta de que casi todo es más sencillo.
Con respecto a la pregunta ¿defenderías a un asesino? creo que está mal planteada, pues, en realidad, tú no estás defendiéndole a él, sino a su derecho a ser defendido con todos los instrumentos legales a tu alcance.
Dicen que un general americano, al frente de tropas estacionadas en oriente medio, al ser preguntado por su derecho a juzgar y matar a los enemigos, respondió: "Sólo Dios puede juzgarlos, cuando lleguen ante Él... mi trabajo es ponerlos en contacto para que eso suceda cuanto antes".