Quizás, aunque el tiempo haya cubierto de una capa arenosa
los detalles, persiga en tu corazón cierta incomodidad, cierto vestigio de lo
que pasó hace años.
Quizás no le dieras la mejor clausura, y sea algo que te
produzca cierto escozor, leve, casi imperceptible, cuando miras hacia dentro.
Solo en ese caso, este mensaje va para ti.
Hace varias semanas te reconocí, a apenas unos metros. Te reconocí
de inmediato, aunque no tenga una imagen nítida. Sin apenas enfocar, sabía que
eras tú. Desconozco el porqué, prefiero no saberlo, ya que me inundaría una
rabia capaz de arrasar con la costa construida con los años.
Te reconocí, y recé a quien me escuchara porque tú no me
reconocieras. Y con la misma energía que me hizo verte, algo me hace pensar que
me viste a mí.
Me gustaría pensar que todo es casualidad, y que la vida te
ha llevado a una zona donde yo estuve y estaré toda la vida, por unos motivos u
otros. Me gustaría pensar que no tiene nada que ver conmigo, y que los años te
han hecho cerrar ese capítulo, ese libro y esa saga. Me gustaría pensar que no
crees que pueda ser un escenario real el que yo te encuentre y estalle en
cólera, porque significaría que lo superé de la mejor manera posible.
Mucho me temo que así no fue.
Porque sigo sintiendo odio.
Y no me parece justo conmigo misma.
Anoche recordé la sensación de absoluta soledad en el mundo
que experimenté aquella noche tras grabarse tus palabras en mi cabeza, y
reproducirse una y otra vez. La sensación de romperme por dentro y ser incapaz de
recoger los millones de trozos en los que me había disperso en apenas unos
segundos. La desesperación que sentí cuando pensé que nunca iba a sentir un
abrazo como el tuyo por la espalda, sentir que me envolvían y me cubrían con un
cálido manto que me protegiera del mundo para siempre, en un tipo de conexión
pura y perfecta. El dolor que me convertía en un espeso líquido que se
derramaba, formando un charco en el suelo. Y lloré, porque lo recordé de la
forma más nítida que pueda tener de cualquier otro de mis recuerdos felices en
mi vida.
Qué curioso es que nuestro cerebro grabe a fuego en un
material indestructible nuestros peores recuerdos, y que otros detalles tan
bellos se difuminen con el tiempo con rabiosa facilidad.
Hay heridas que curan tan mal, que sientes su dolor aunque
ya no haya motivos físicos para experimentarlo. Heridas que te marcan para
siempre, aunque no lo quieras y pases meses e incluso años sin pensar en ello.
Mirando atrás, pienso que fue lo mejor, ya que me ha hecho
ser quien soy ahora. Una persona más fuerte, independiente, profunda y con tantas
facetas y habitaciones que harán imposible destruirme como ocurrió aquella
trágica noche de invierno. He conocido a gente maravillosa desde entonces, que
me han hecho crecer y forjar mi propia personalidad, compleja y social, siempre
cambiante, siempre aprendiendo de los demás. He apreciado aspectos que tenía
relegados en un cajón, que hacen que la vida sea maravillosa y me hagan mirar
hacia atrás con cierta pena por no haberme dado cuenta antes. Sin lugar a
dudas, no soy la misma.
Pero eso no quita que no sea capaz de verte, ni de hablarte,
mucho menos intentar aparentar normalidad cerca de ti.
No hay comentarios:
Publicar un comentario