Si pudiera ser, sería escultor. En la vida uno puede ser
creador o destructor; me decanto por alegrar un poco este mundo descolorido. Con mis
manos crearía formas, trascendería del schiacciato y crearía a un ser capaz de
leerme la mente, capaz de seguir mis pasos y absorber mis palabras. Me gustaría
verle crecer, ver cómo lo que fue un pequeño proyecto supera mis expectativas,
hasta incluso superarme. Despedirme de viejo desde la ventana cuando él se
aleja portando mi juventud, mi vida entera. Y después, morir en el silencio. Oh mierda, ya he escrito mi sentencia.
Tal vez debería ser pintor. Plasmar las imágenes clave de mi
retina en un óleo enmarcado. Ir a un parque y ser ese señor siniestro que se
queda sentado durante horas, cotejando los distintos tonos de luz al atardecer.
Mirar el mundo con ojos analizadores, ahorrarme las palabras para los botes de
pintura. Ir siempre con mi camisa manchada, los dedos agrietados. Seguir a los
grandes, sumergirme en el sfumato, ahogarme entre las lágrimas de mi musa que
me ve anhelante al otro lado. Darme cuenta de que no soy como ellos. Subir a
una azotea hasta perder todo tipo de orientación. Tener envidia de mis malditos
ojos. Caer exhausto en una silla de bar, sumergirme en la ausencia de color
tras la barra. Todos los cubatas son iguales, saben al mismo fuego autodestructivo.
Mirar mi cigarro ensimismado, acabar en mi piso tirado en el suelo. Una mujer
desnuda entre las sábanas, mi cama vacía.
Puede que incluso mi vida esté tras los telones. Holden dijo
una vez que un actor deja de ser bueno en cuanto se da cuenta de que lo es, y
termina siendo como el resto. La vanagloria de los grandes terminaría cegándome
tras haber visto las puertas del verdadero talento. Mi alma enfermiza sucumbiría
a las artes escondidas tras el fondo del escenario. Mujeres ansiosas de fama buscarían
entre mis pantalones la salida a una vida abocada en el hieratismo de la
sociedad, la vida parecería demasiado bella entregada a un arte tan vivo, tan embustero.
Maldita sea, ya lo veo. Hermosas mujeres de piel blanquecina y piernas
interminables saldrían de mis sábanas dándome sus putas tarjetas. Nunca encontraría
a aquella a la que siempre amé, la que iba a todas mis obras tras un abrigo
anónimo y un pequeño sombrero de fieltro negro. Siempre se quedó al otro lado
de la calle, ensimismada en una utopía con mi nombre de título. En cuanto a mí,
al final acabaría en algún maldito callejón, hastiado del vacío de mi interior.
Los personajes que hice a lo largo de mi vida se me antojarán estúpidos,
exagerados, absolutamente falsos, quiméricos. Otra vida condenada al fracaso.
Qué puedo ser, sino escritor. Ya tengo la mitad de mi vida
hecha, ya estoy frente al escritorio con mi vaso tintineante de whisky
mañanero. Soy un hombre de inspiraciones difíciles, duermo cuando por un
momento me dejo de odiar. Vista mi obra, prefiero ser actor. Al menos ahí
follas varias veces a la semana. Tal vez sea un vulgar arquetipo, y tan sólo
sea un errante buscando un maldito final. O tal vez no sea nadie, y tan sólo
sueñe por salir de un mar de palabras. Lo que no soy, es un buen escritor, ni actor, ni escultor. Tampoco la mujer de mi vida me sonríe tras la ventana. No soy nadie, si eso es lo que quieres leer. Absolutamente nadie.
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