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Esperar en un mundo que no trasciende de una puerta de mierda

sábado, 15 de septiembre de 2012

Un vaso y un papel

En esas horas en las que el mundo se te escapa entre las manos, las horas caen exhaustas al vacío, y tu vida pierde cualquier tipo de significado para terminar colándose entre las rendijas del parqué.

Si pudiera ser, sería escultor. En la vida uno puede ser creador o destructor; me decanto por alegrar un poco este mundo descolorido. Con mis manos crearía formas, trascendería del schiacciato y crearía a un ser capaz de leerme la mente, capaz de seguir mis pasos y absorber mis palabras. Me gustaría verle crecer, ver cómo lo que fue un pequeño proyecto supera mis expectativas, hasta incluso superarme. Despedirme de viejo desde la ventana cuando él se aleja portando mi juventud, mi vida entera. Y después, morir en el silencio. Oh mierda, ya he escrito mi sentencia.

Tal vez debería ser pintor. Plasmar las imágenes clave de mi retina en un óleo enmarcado. Ir a un parque y ser ese señor siniestro que se queda sentado durante horas, cotejando los distintos tonos de luz al atardecer. Mirar el mundo con ojos analizadores, ahorrarme las palabras para los botes de pintura. Ir siempre con mi camisa manchada, los dedos agrietados. Seguir a los grandes, sumergirme en el sfumato, ahogarme entre las lágrimas de mi musa que me ve anhelante al otro lado. Darme cuenta de que no soy como ellos. Subir a una azotea hasta perder todo tipo de orientación. Tener envidia de mis malditos ojos. Caer exhausto en una silla de bar, sumergirme en la ausencia de color tras la barra. Todos los cubatas son iguales, saben al mismo fuego autodestructivo. Mirar mi cigarro ensimismado, acabar en mi piso tirado en el suelo. Una mujer desnuda entre las sábanas, mi cama vacía.

Puede que incluso mi vida esté tras los telones. Holden dijo una vez que un actor deja de ser bueno en cuanto se da cuenta de que lo es, y termina siendo como el resto. La vanagloria de los grandes terminaría cegándome tras haber visto las puertas del verdadero talento. Mi alma enfermiza sucumbiría a las artes escondidas tras el fondo del escenario. Mujeres ansiosas de fama buscarían entre mis pantalones la salida a una vida abocada en el hieratismo de la sociedad, la vida parecería demasiado bella entregada a un arte tan vivo, tan embustero. Maldita sea, ya lo veo. Hermosas mujeres de piel blanquecina y piernas interminables saldrían de mis sábanas dándome sus putas tarjetas. Nunca encontraría a aquella a la que siempre amé, la que iba a todas mis obras tras un abrigo anónimo y un pequeño sombrero de fieltro negro. Siempre se quedó al otro lado de la calle, ensimismada en una utopía con mi nombre de título. En cuanto a mí, al final acabaría en algún maldito callejón, hastiado del vacío de mi interior. Los personajes que hice a lo largo de mi vida se me antojarán estúpidos, exagerados, absolutamente falsos, quiméricos. Otra vida condenada al fracaso.

Qué puedo ser, sino escritor. Ya tengo la mitad de mi vida hecha, ya estoy frente al escritorio con mi vaso tintineante de whisky mañanero. Soy un hombre de inspiraciones difíciles, duermo cuando por un momento me dejo de odiar. Vista mi obra, prefiero ser actor. Al menos ahí follas varias veces a la semana. Tal vez sea un vulgar arquetipo, y tan sólo sea un errante buscando un maldito final. O tal vez no sea nadie, y tan sólo sueñe por salir de un mar de palabras. Lo que no soy, es un buen escritor, ni actor, ni escultor. Tampoco la mujer de mi vida me sonríe tras la ventana. No soy nadie, si eso es lo que quieres leer. Absolutamente nadie.

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