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Esperar en un mundo que no trasciende de una puerta de mierda

lunes, 10 de septiembre de 2012

Aquí debería escribir tu nombre

Te escribo estas palabras porque no encuentro otra manera de impresionarte. El mundo cambia y a mi paso sólo veo gente pasar, no les sigo el ritmo, nunca lo haré. Una vez vi tu figura tras el cristal de la cafetería, recortada en un sillón y tras una novela. Tu mirada escrutaba las páginas analizando cada estructura, buscando algo que te arrancara alguna emoción. Tus manos acariciaban el tomo, dulcemente, en un intento de convencer al texto para revelarte sus más profundas intenciones. Entonces me enamoré de ti.

Siempre te imaginé como un alma inquieta, en busca de alguien al que fuiste diseñando con pequeños detalles de tu vida. Alguien que supiera hacer un buen café, que consiguiera abarcarte solamente con sus brazos. Su voz tenía que ser grave, no demasiado, en la tonalidad perfecta. Unos ojos oscuros, una piel de doble filo. Un alma fuerte y valiente pero que dejara un hueco lo suficientemente grande en su corazón como para estar cómodamente entre sus paredes. Pequeños aspectos que te condicionarían como alguien que busca a ese ser especial.

Me gusta la forma en la que me miraste la primera vez que te hablé. Siempre tratas de desvelar lo más puro de mi alma, mi vida resumida en un par de muecas y expresiones. Tus manos fluyen, delicadas, exultantes, escondidas tras horas pasando páginas. Las palabras salen solas a tu lado, sólo quiero estar unos minutos más, y que se pare el tiempo, y que nunca dejes de hablar.

Las calles abarrotadas de la ciudad me devuelven a mis pensamientos, al frío asfalto de noviembre encapotado por el anonimato. Ignoro quién eres, dónde te escondes, tu nombre, tu dirección o siquiera el color de tu pelo. Sólo sé que existes, y que tras el millón de mujeres que habré de conocer en esta vida, tú aparecerás de repente, cuando no lo pida ni lo requiera, justo cuando pueda vivir sin ti. Y será entonces, cuando lo deje todo como un estúpido y convide mi entera existencia a tu servicio. Como el romancero de antes, como aquella vida alocada entre los balcones.

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