Tampoco
es un momento en el que pones los ladrillos a conciencia, porque en el fondo,
siempre, un porcentaje saludable de tu mente alberga la posibilidad de que
tengas que quitar esos ladrillos porque las cosas no terminen de salir bien.
Y
es así como, con la tontería, los meses vuelan y por pura inercia tienes varias
filas formadas, sin pararte a pesar en cómo mezclaste el cemento, o por qué
pusiste un ladrillo en vez de otro en determinado momento.
Un
día estás arriba, sin ser muy consciente de todo el proceso, y al mirar hacia
abajo, te entra un vértigo que acojona.
Vaya
que si acojona.
Porque
ves temblando alguno de esos ladrillos valientes, ignorantes y desenfadados.
Es
posible que fueras consciente de que no era la mejor opción, pero quién cojones
está para elegir dentro de lo que cada uno tiene como posible en ese instante.
Ni
tenemos toda la información, ni estaremos en lo correcto en todo lo que
pensamos que está a nuestro alcance.
Vaya
jueguecito, eh.
Me
estoy empezando a preocupar, porque no sé bajar de aquí.
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