La
cabeza me da vueltas. Los dedos se me antojan perezosos, torpes, inútiles.
Nada
termina de salir como deseo.
Contemplo
mi imagen devuelta por la cámara, mirando incómoda hacia otro lado, viendo
cómo, a pesar de la fuerte falta de definición de la imagen, se forma una
lágrima hasta caer presa de la gravedad sin ser ayudada por un parpadeo.
Como
si la pena se desbordara por el lagrimal.
Me
veo desde fuera, mirando a una pantalla que me da malas noticias. Pienso en el
resto del mundo que se aferra a información formada por píxeles. El mundo se me
cae encima.
Nada
tiene sentido.
Podría
ser un puto pervertido detrás de este cristal, contándote las Mil y Una Noches.
Y,
sin embargo, solo soy una chica tejiendo su propio abismo con el que arroparse.
Odio
depender de mi estado de ánimo.
Odio
ver la mierda cabalgar hacia mi ventana, saber que esta noche no voy a
dormir bien.
Prefiero
vivir en la ignorancia hasta que lleguen las alas negras.
Prefiero
eso, a vivir el presente y el futuro a la vez.
Qué
puta mierda de paralelismo.
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